El filo de la Parca

febrero 10, 2016 Orfeo 0 Opiniones

Mi último mes había sido increíble, cualquiera que escuchara la historia que he vivido no podría creerlo. Sin duda ha sido el mejor enero de toda mi vida. Él había sido el motivo por el que mis pensamientos destiñeron de negro a rosa.
Todo empezó el uno de enero de este mismo año, el tiempo seguía deprimiendo mi alma y cada gota de agua que caía en los charcos formados en la calle por la intensa lluvia de todo diciembre, impulsaba mis ganas de coger mi libro y evadirme de las noticias actuales. Mi marido trabajaba y el libro no me aportaba ningún sentimiento en ese momento, por lo que decidí coger el ordenador y buscar cualquier cosa que me hiciera cambiar de mentalidad sobre ese día.
Mirando a través de las redes sociales, encontré una solicitud de amistad de un viejo amigo del instituto que quería volver a establecer conversación conmigo. Revisando su perfil, vi que los años no habían pasado por él y que seguía conservando ese sexapil y su estado civil de “soltero”.  Tras aceptar su solicitud, le invité a tomar un café al bar de mi hermano, ya que ambos también se conocían.
Antes de salir de mi casa, le dejé una nota a mi marido conforme iba al bar de Rogelio a pasar el rato con mi hermano. Me fui al dormitorio a escoger la ropa, teniendo en cuenta distintos factores, entre ellos: el no ir demasiado provocativa ni tampoco demasiado tapada. Era una mujer casada pero, como a toda mujer, nos gusta lucir atractivas.
En el coche, mi mente no dejaba de pensar en el mal que le estaba haciendo a mi marido quedando con otro hombre a sus espaldas, pero en realidad lo que estaba haciendo era quedar con un viejo amigo cuya relación estaba separada por veinte años. Cuando llegué al bar, le conté a mi hermano todo el tema respecto a Miguel y parecía estar más feliz que yo.
Me quedé en la barra esperando a su llegada, mientras tanto tomaba un agua mineral a la vez que veía las noticias en aquella tele de treinta y dos pulgadas. Ya se pasaban diez minutos de la hora de quedada cuando Miguel todavía no había llegado. Cuando dirijo mi vista a la puerta principal del bar veo una silueta oscura de un hombre que estaba a contraluz y a su vez no me dejaba identificar quien se hallaba tras esa figura. Confirmando mis sospechas, era él y ya sin empezar a hablar supe algo, no era muy fotogénico, porque si ya parecía guapo en el Facebook, en persona no se podía describir como era.
 A la vez que se acercaba a mi, podía ver cada uno de sus rasgos e intensificar la idea que tenía sobre él. Sus ojos azules confundirían a cualquier marinero, a la vez que su pelo cabalgaba en su cabeza por su finura y ligereza simulando el movimiento de las ondas marinas. Sus labios gruesos seguían siendo igual de irresistibles que los de aquel joven que me tuvo tan enamorada en la pubertad. Cuando me vio, sus labios destaparon una sonrisa blanca y alargada que contagiaba felicidad.
No fueron pocas las veces en las que mi mirada se quedaba paralizada en sus ojos, el color que más me maravillaba de los iris humanos. No me quedó ningún recoveco de curiosidad respecto a su vida, me contó todo lo que me interesaba saber y viceversa, excepto el detalle de mis lazos matrimoniales. Al acabar la cita, acordamos volver a vernos en mi domicilio, a sabiendas de que mi marido no se encontraría allí, ya que debía estar fuera de casa en todo el día.
A la mañana siguiente, mi marido ya estaba en el trabajo y mi corazón sabía que era el momento de empezar a ordenar la casa y pensar la cena de la velada. Parecía que el destino era conocedor de la cita que intentó poner todo tipo de obstáculos, desde llamadas a la puerta de repartidores, el cartero, vecinos e incluso compañeros del grupo de golf de mi marido.
Sin esperarlo, ya era la hora de la cena y yo todavía no estaba preparada, ni con la cena empezada. Entré en la cocina y comencé a cocinar una simple fritanga compuesta de patatas fritas y una hamburguesa bien cocinada, una simple cena que no daba lugar a mal entendidos.
Entré en la habitación, abrí el vestidor y comencé a dudar si escoger el vestido rojo pasión, para enamorar esos ojos azules de la misma manera que me tenían a mí, pero era una tontería, era otra quedada entre dos viejos amigos o también podía escoger el vestido negro, que conseguía estilizar mi cuerpo de una manera discreta y no gritaba mis intenciones fantásticas del mismo modo que lo hacía el anterior. En cuanto al maquillaje, opté por una simple sobra de ojos y un pintalabios de color rosa pastel, que canalizaba la frescura de mis abandonados labios.
De pronto, el timbre de la puerta del recibidor sonaba para señalizar la llegada del invitado. Acomodé mi pelo y quité alguna arruga del vestido para perfeccionar la primera impresión que podía recibir de él. Abrí la puerta y, de nuevo, sus ojos azules me mostraban lo preparado que estaba Miguel, con su camisa azul y su pantalón vaquero oscuro. Me dio dos besos en señal de saludos y le invité a la entrada del comedor. Esa luz realzaba el acompañamiento de la camisa con el color de su iris.
Al terminar la comida, fui a la cocina para coger las fresas con chocolate fundido. Mientras tomábamos el postre, una gota de chocolate cayó en labios, dejando una señal del destino para actuar, y así hizo, el afrodisíaco actuó en mi invitado de manera que impulsó sus acciones, manifestándola a través de un beso furtivo.
Mis párpados se cerraban para dejarme ver una imagen totalmente psicodélica en mi mente, millones de fuegos artificiales explotaron en mi corazón, dándome millones de sensaciones por todo mi cuerpo. Miedo y adrenalina se fusionaron en una única emoción, similar al amor juvenil que una vez había sentido.
Tanta fogosidad nos condujo a mi cuarto, besándonos continuamente, sin temor a ser descubiertos por nadie. No paraba de sentir sus manos frotando mi cuerpo a la vez que nos desplomábamos en mi cama. Sus manos agarraban mis muñecas y ambos cuerpos desnudos dejaban ver como nuestro sudor reflejaba la luz de los rayos lunares que conseguían entrar por las ventanas.
Una vez habíamos terminado, nuestra vitalidad cayó al suelo, dejándonos durmiendo abrazados. Era curioso, sus brazos me garantizaban una protección ante cualquier tipo de problema exterior, ajeno a nuestros sentimientos. Ese sentimiento jamás lo había sentido con mi marido, ese pobre hombre que había sido engañado por una mujer totalmente irresponsable que se había dejado encandilar por unos ojos tan oscuros como el mar.
A la mañana, me desperté con la mirada dirigida hacia él que todavía seguía abrazado a mí y yo, cual adolescente, me quedé contemplando la belleza que radiaba aún dormido. Decidí levantarme sin despertarlo, y al dirigir mi mirada a la puerta, mi corazón comenzó a latir incesantemente, todavía más rápido que un motor de un coche. Allí estaba mi marido, contemplando la escena de su mujer abrazada a un ser desconocido para su persona. Cogí la manta para tapar mi cuerpo y salí del dormitorio para intentar explicarle a mi marido todo lo que había sentido.
Hizo caso omiso a mis explicaciones y no hizo otra cosa más que explicarme la farsa que había vivido él mismo con nuestra relación, ya que creía que estábamos destinados a morir juntos. Entró al dormitorio haciendo todo el ruido posible, cogiendo toda su ropa y cerrando las puertas de los armarios. Tomó la maleta que estaba debajo de la cama, colocó sus pertenencias y se fue de casa sin pensarlo dos veces a la vez que intentaba arreglarlo.
Me quedé sentada en mi cama llorando y volví a dirigir mi mirada a Miguel, no se había despertado por toda la afrenta que había tenido con mi marido. Mi corazón todavía no había descansado del ritmo anterior cuando decidió volver a funcionar a su máxima potencia y dirigirme a él, sacudiendo su inerte cuerpo. Seguía sin recibir respuesta, mis innatas acciones me llevaron a pensar que estaba muerto y que el mejor final que podía tener, era morir con él, dejar que nuestras almas descendieran juntas al mundo de los muertos.
Cogí el cuchillo de la cocina, me situé a los pies de Miguel, coloqué el cuchillo en mi corazón. Adquiriendo la mayor fuerza mental posible, separé el cuchillo con las dos manos  y con fuerza, retomé la posición inicial. Sentí cómo mi corazón era literalmente atravesado por la fría hoja de acero. Mi mirada volvió a contemplar a Miguel, observando como temblaban sus párpados y como una botella de cloroformo caía del cabecero de la cama. De nuevo, el factum no había esperado a manifestarse hasta el momento en el que mi manta acabó empapada de sangre. Miguel, al verme, no dudo ni un segundo en cogerme en brazos e ir corriendo a su coche sin temor por estar desnudo.



En el trayecto, mi mente no paraba de reflexionar sobre lo que hubiera pasado si esa tarde, no hubiera cogido el ordenador. Seguiría sumergida en mis problemas que comparados a los de ese momento, eran insignificantes. Apenas tenía fuerza ya para continuar soportando la pérdida de sangre. El frío que sentía fue el que provocó que mi capacidad auditiva disminuyera la nitidez de lo que podía escuchar. A pesar de todo, no me arrepentía de lo que había hecho, volví a sentir sensaciones que jamás hubiera creído que podría volver a tener. Volví a sentirme deseada, una mujer fuerte pero a la vez con la necesidad de sentirse protegida. Conocí el amor verdadero, que una vez había dejado escapar en el instituto y que gracias al destino, pude volver a experimentar. Cada segundo que pasé con él en esa noche, daba las gracias por conocer a esa maravillosa persona. Ya, con los ojos cerrados y con la poca constancia que tenía de mi entorno, mi amante había creído que había muerto, cuando sentí un golpe en la defensa del coche.