La codicia de Eris

mayo 14, 2016 Orfeo 0 Opiniones

Aquella mañana me había despertado de muy buen humor, tan sólo faltaban unos días para nuestro aniversario. Era increíble, cinco años juntos y David seguía siendo igual de romántico que el primer día. Actualmente estamos viviendo juntos en un piso que no está repleto de lujos, pero es nuestro nido de amor, el cual mantenemos gracias a nuestros deficientes salarios. Una vez estaba en la cocina, me puse a reflexionar sobre que podía reglarle a mi chico a la vez que me dispuse a preparar la comida. Ya había terminado de condimentar la sopa cuando yo no tenía decidido qué comprarle, porque él siempre era muy ingenioso para los regalos, pero mis ideas están muy limitadas. Primero pensé en comprarle un reloj, pero ya se lo había comprado hace dos años, el aniversario pasado le compré una tablet y hace tres un viaje a Roma. Todas las buenas ideas ocupadas.
David llegó del trabajo cansado, pero aún así conservaba las energías para saludarme cariñosamente, abrazándome mientras fregaba los platos y besándome en el cuello. Era el mejor hombre de todos, siempre pensaba en los demás, anteponiendo las necesidades de los otros antes de la suya.
Le invité a sentarse en la mesa hasta que yo no acabara y así lo hizo. Una vez llegué a la mesa dispuesta a servir la sopa, vi los platos con la sopa servida. Lo besé y me senté en la cabeza de la mesa. Mantuvimos largas conversaciones respecto a nuestros amigos y la cantidad de trabajo que teníamos. David trabajaba en un banco, siempre realizando cuentas. Siempre que me hablaba de su trabajo sentía lástima porque sé que a él le apasiona el mundo de las letras y ser profesor hubiera sido su sueño, por eso nunca le hablo de mi trabajo, era una lástima, porque sus padres nunca le dejaron preparar nada relacionado con las letras porque, según ellos, no tiene futuro.
Nos fuimos al cine después de cenar, por insistencia de él, porque su cara reflejaba un cansancio bastante notable pero parecía que la mía manifestaba unas ganas horribles de ver la nueva de George Clooney. Fuimos andando al cine, hacía una noche preciosa, cubierta por un manto de estrellas, paseamos de la mano y a la vez que hablábamos, David miraba los escaparates de las tiendas. Eso me hacía sospechar que no tenía ningún regalo para mí. Durante la película nos alimentábamos de las palomitas con sabor a mostaza a la vez que me rodeaba con su brazo. En un momento de la noche, empezó a mover su mano a mi entrepierna, eso me desconcentraba bastante de la película, por lo que la aparté y le di un beso en la mejilla. Me encantaba hacerle rabiar en ese aspecto.
Una vez acabamos la película, nos fuimos con un paso menos acelerado que con el de la ida. Estuvimos comentando la película y sobre lo que estuvimos haciendo a lo largo del día mientras no estuvimos juntos. Mientras tanto David seguía contemplando los escaparates, desconcentrándome y retomando la idea de la ausencia de mi regalo. Durante el paseo, costaba sacar sus palabras, ya que parecía estar demasiado pensativo. Una sensación de enfado quería venir hacia mí pero le di un voto de confianza, no podía darle tanta importancia a algo material.
Pasaron los días y David seguía actuando de manera muy nerviosa, desconcertándome mucho. Yo, sin embargo, ya tenía decidido que regalarle: un nuevo smartphone, mejor dicho el último modelo de su marca favorita, que casi me dejo cuatro meses de sueldo en él. Estoy segura de que se le iluminarán esos ojos de niño pequeño en cuanto lo vea.
Por fin había llegado el ansiado día, era nuestro aniversario y sabría, de una vez por todas, cual sería su regalo.  La mañana empezó muy bien, me despertó con un desayuno en la cama. La verdad es que la bandeja estaba cargada de alimentos: dos vasos de zumo de manzana, unas galletas, una napolitana de chocolate y muchos abrazos que, obviamente, me los dio a medida que desayunaba. Su actitud infantil se empezaba a manifestar cuando me empezaba a preguntar sobre su regalo, además con muecas de niño de tres años. Era tan tierno verlo así, pidiéndome su regalo, a pesar de ya saber que no se lo iba a dar hasta la cena.
Nos duchamos juntos y cada diez minutos seguía cuestionándome sobre el paradero de su regalo. Probablemente yo tenía más ganas de saber lo que me iba a regalar, pero alguien debía mantener la cordura. Decidimos ir a cenar al restaurante de mi hermano, así aprovechábamos para saludarlo. Una vez duchados y vestidos, me puse a corregir los exámenes de mis alumnos mientras David se ponía a jugar en la consola. Gracias al destino, justo ese día su móvil se le estropeó. Después del incidente no me volvió a preguntar sobre el regalo, supongo que se había sentido mal por su difunto smartphone.
Cuando se acercaba la noche, David me avisó y nos fuimos a preparar. No nos arreglamos demasiado porque al fin y al cabo era una cena más, en la que celebrábamos cinco años de pareja. ¡Qué guapo estaba! Una camisa azul con un pantalón negro, que bien le sentaba todo. Yo no me puse gran cosa, un pantalón vaquero y una chaqueta de cuero con una camiseta blanca.
De camino al restaurante, David empezaba a retomar su ánimo y me volvía a dar muestras de afecto. Me volvía loca, sobretodo cuando me miraba con esos ojos de color miel. Llegamos al mesón y nos sentamos en la mesa. A David se le notaba bastante nervioso, sobre todo cuando mi hermano llegó para saludarnos. En contadas ocasiones se hablaban con la mirada, lo que me confirmaba que mi hermano sabía el regalo que yo iba a recibir.
Tomamos una cena muy ligera, una ensalada de tomate y lechuga. La verdad es que no éramos de cenar en cantidades elevadas. Ya había llegado el momento de darle mi regalo, se lo presenté bien envuelto y con un lazo rojo, todo un clásico. Le dio muchas vueltas y lo agitó bastantes veces para intentar adivinar lo que era. En el momento que vio la esquina de la caja desnuda, aceleró el ritmo y despojó la caja de todo el papel en menos de unos segundos y me besó de panera apasionada. Abrió la misma y empezó a usar el móvil, como ya había dicho, su reacción fue como la de un niño con un juguete nuevo. Mientras él estaba preparando el móvil yo esperaba disimulando mi impaciencia como podía. Hasta que me dijo que el regalo me lo tenía que dar fuera, acto seguido, me fui corriendo al exterior del local, pero no había visto nada que me llamara la atención. Unos segundos después apareció David con algo escondido detrás de él. Me obligó a cerrar los ojos hasta que me lo dijera. Así lo hice y una vez me dio la señal, abrí los párpados y  vi a una muñeca sonriente mirándome fijamente. Era un juguete de la tienda de al lado del cine, la típica que una niña tiene desde los dos años.
Un sentimiento de enfado se empezó a manifestar en mis pensamientos y, acto seguido, en mis acciones. Cogí la muñeca, la tiré a la carretera y miré de muy mala manera a esa persona que había creído que me quería. Él, sorprendido ante mi reacción, fue a la carretera a por la muñeca. Le di la espalda y poco después escuché a un coche pitar incesantemente. De repente, mi vista se nubló al mismo tiempo que escuché un golpe de fuerte intensidad. Me di la vuelta y vi David, tirado y rodeado por un charco de sangre. Me acerqué corriendo pero ya era demasiado tarde, mi novio ya no respiraba… y con la ausencia de su latido, mi vida se desmoronó con esa imagen. La única persona que supo entenderme se había ido para no volver. Mi alma comenzó a descender al mundo de los infiernos y, con ella, la esperanza de creer que eso era tan sólo un sueño, pero no era así, el accidente fue la sensación más real que jamás había vivido. El amor había decidido darme una lección y quitarme a mi alma gemela por culpa de mi codicia.
Mi hermano salió del bar y al verme me llevó al interior del local. Antes de entrar vi a la muñeca próxima al cadáver. La cogí y comencé a llorar sobre ella.
Jamás podré perdonarme como lo traté, le hice sentir como una marioneta bajo mi poder. ¿Cómo pude comportarme de esa manera? Siempre echaré de menos sus abrazos mañaneros, su saludo de llegada del trabajo, sus molestos ruidos mientras corrijo exámenes o lo frío que llega cada noche a la cama. También echaré de menos el mote con el que me llamaba “Eris”, sinceramente no me apetece contar la razón por la que me llamaba así porque eso me haría recordarlo aún más. Le he hecho perder cinco años de amor por una mujer que tan sólo supo implantar la discordia en una relación.

En el entierro, todos sentían lástima por mí, mientras que yo no conseguía expulsar ninguna lágrima. En una de todas las noches en las que duermo con la muñeca, apreté sin querer su mano, el juguete manifestó una frase: “¿Quieres casarte conmigo?”.