Capítulo 2
septiembre 22, 2016
Orfeo
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No parecía
estar muy contenta de haberse cruzado conmigo, se acercó a una de las chicas y,
mirándome, se sentó en la silla más cercana a nuestra posición.
-
Muy bien, venga chico, dime todo lo que sepas. –
Su mechero no le funcionaba. – Nunca me acostumbraré a estas mierdas.
-
¿A qué te refieres? Yo no sé nada de nada, así
que si no les importa pagar sus consumiciones y salir de aquí. – Después de
decir eso, mis rodillas se doblaron sin mi consentimiento, dejándome caer en la
silla que tenía justo atrás.
-
Aquí las órdenes las dicto yo ¿te parece? – Me
dijo cambiando su actitud a una más serena.
-
De… de acuerdo… – Tengo que admitir que en ese
momento las ganas de hacerme pis encima fueron contenidas a límites
insospechados.
-
Chicas, haced los honores.
Dos mujeres del
grupo se acercaron a mí y deslizaron, al mismo tiempo, sus manos por mi cara.
Por aquel entonces, no sabía cuál era la finalidad de esa manía tan peculiar
que tenían.
-
Ana, algo va mal… – Dijo la rubia que estaba a
mi lado.
-
¿Qué pasa ahora? – Volvió a cambiar su tono de
voz, como si su paciencia hubiera llegado a su límite.
-
No… no funciona. – Cuando dijo eso, se levantó
de la silla bruscamente, como si se le hubieran dado una mala noticia.
-
Dejadme a mí – Se acercó impulsada hacia mí y
repitió el mismo movimiento que sus súbditas.
Tras acabar de
hacer esa extraña acción, su cara cambió, como si de un fantasma me tratara.
-
No es posible… – Se giró de golpe y fue a la
puerta del local a pensar.
-
¿Qué se supone que debemos hacer? – Le dijo la
misma que le habló anteriormente.
-
Por el momento, seguir como siempre, ya
pensaremos en algo. Llevaros a la camarera, vámonos.
-
¡No! – Me intenté levantar para impedir el rapto
de Diana.
-
¡Vinculus!
– Gritó la morena que estaba casi a las espaldas de la más mayor.
Comenzaron a
nacer raíces de las patas de la silla que me agarraron las piernas para
inmovilizar mi cuerpo. No podía hacer nada, tan sólo podía observar a Diana
siguiendo a las jóvenes.
Esperé durante
unas cuantas horas en esa silla intentando liberarme de esas raíces que
aparecieron por arte de magia y al cabo de un rato las raíces volvieron desde
su punto de origen. Cuando por fin estaba liberado, no sabía qué hacer, me
había pasado esas horas intentando lograr mi liberación sin pensar en lo que
haría una vez fuera libre. Me quedé en la silla, pensando en si realmente todo
lo que había visto era real o mi imaginación me había jugado una mala pasada,
como en todos los sueños que había tenido las noches anteriores. Como no estaba
seguro, retomé la rutina, cerrando el local y yéndome a casa de mi tía.
La noche era
muy oscura y llovía demasiado como para pararme a observar los detalles de la
noche. Llegué al porche de la casa y, por más que buscaba en mis pantalones,
mis llaves no estaban. Me quedé mirando para la puerta, apoyado en ella, a la
vez que pensaba en la manera de entrar: llamar a mi tía no iba a ser la
solución, probablemente se quedaría bebiendo en el sofá hasta dormirse por la
cantidad de alcohol en sangre que ni un elefante soportaría. La llave de
repuesto que siempre dejaba bajo el felpudo acababa desapareciendo por razones
que desconocía. Estaba claro, si no quería tirar la puerta abajo, debía pasar
la noche en el porche… menos mal que estaba cubierto de la lluvia. Seguía
contemplando como un tonto la puerta, esperando a que mi tía se diera cuenta de
la hora en la que vivíamos. Me cansé de mirarla y me senté en el banco, allí
las gotas me mojaban la espalda, lo que hacía incrementar mi enfado.
Cada hora que
pasaba, mi enfado se aceleraba, me levanté del asiento para intentar tranquilizarme,
pero no lo conseguía. De nuevo, la miré con enfado:
-
¡Ábrete maldita puerta! – Dije gritando a la vez
que la golpeaba.
Justo después
de mi intervención, la puerta se abrió como si hubiera estado abierta durante
todo ese tiempo, pero no era así, lo comprobé millones de veces. Entré en la
casa procurando mojar el suelo lo menos posible, porque sabía que lo tenía que
fregar yo después, comprobé si mi teoría respecto a mi tía estaba en lo acierto
y, efectivamente, estaba desplomada en el sofá con unas cuantas botellas de
whisky tiradas en el suelo.
Me quité toda
la ropa que llevaba encima incluida la interior, estaba totalmente encharcado,
y las dejé en el baño del piso de abajo. Subí las escaleras y al meterme en mi
habitación cogí unos calzoncillos y una camiseta secos, me metí en la cama
dispuesto a meditar en todo lo que me había pasado en ese día.
Estaba en
medio de un círculo que tenía muchos triángulos en su interior y yo, situado en
el centro, no podía salir de él. Esta vez, parecía tener espectadores, unas
siluetas con unos sombreros con forma puntiaguda que me observaban desde cada
una de las cinco puntas de los triángulos. Una vez todas las siluetas
extendieron sus brazos, el círculo empezó a arder, dando más intensidad en el
ambiente. Yo, incapaz de huir, notaba como las llamas se acercaban cada vez más
a mí, notaba el calor entrando por mi cuerpo, por mis venas… no podía aguantar.
Me desperté lleno de sudor en la cama y en mitad de la noche.
-
Uf, estas muy sexy así… tan sudado… – Escuché en
mitad de la oscuridad de mi cuarto.
-
¿Qué narices? – Dije mientras buscaba el interruptor
de la luz que, por desgracia, me quedaba un poco lejos, por lo tanto, debía
levantarme.
-
Tranquilo – Se encendieron la luz
sincronizándose con el chasqueo de sus dedos. – que no muerdo, aunque viendo
ese paquete que tienes ahí guardado, no prometo nada.
-
¿Quién… quién eres? Espera, yo a ti te conozco,
eres una de las del grupo de chicas del bar. ¿Dónde está Diana?
-
Eh, eh, relájate cielo – Mi cuerpo se vio
impulsado a la cama con tan sólo ella señalar la cama. – solo venía a ver cómo
estás y no sólo hablo de salud.
-
Mira rubia, veo que estás peor que una perra en celo,
pero… – Mi boca se cerró de repente.
-
No me vuelvas a llamar perra, excepto si estamos
haciéndolo en el armario de tus padres… eso me pone, bastante. – Me decía con
mirada de persuasión, que no tenía mucha eficacia. – Tengo que decir que eres
el primero que se resiste tanto, normalmente con tan sólo verme los ojos ya se están
muriendo por probar mis labios. No serás gay, ¿verdad? No, no lo eres. Te gusto,
pero no lo suficiente. – Sí, tengo que decir que la chica no estaba mal, pero
no tanto como para querer hacer nada con ella.
-
Mira, no sé quién eres, ni cómo te has metido en
mi habitación. Lo único que quiero de ti es información, empezando por el
paradero de mi compañera. – Había algo que no me dejaba levantarme de la cama,
pero ese “algo” perdía la fuerza conforme iba hablando.
-
Bueno, si quieres información te la daré, pero
no aquí. Estás demasiado sudado como para centrarme en otra cosa que no sea
hacerlo contigo ahora mismo. Me voy, ha sido una velada excelente. – Decía
mientras cruzaba la puerta de mi cuarto.
-
Espera, ¿dónde quieres hablar? Necesito saber dónde
está Diana.
-
Ya nos veremos, guapo. – Decía mientras se iba
con una pequeña sonrisa que manifestaba su zorrería.
Una vez la
puerta se cerró, las luces se apagaron y yo, ya me podía mover. Intenté cruzar
lo antes posible para intentar alcanzarla, pero me fue imposible, al abrir la
puerta ella ya no estaba. Intenté
recobrar el sueño y preguntándome de nuevo si lo que acaba de pasar era un
sueño o si realmente estaba viviendo en un programa de cámara oculta.
A la mañana
siguiente, recobré mi rutina, dejando a mi tía tirada en el sofá y al salir al
porche, la lluvia seguía cayendo con la misma fuerza que a la noche. Cogí mi
abrigo y me puse la capucha, a la vez que preparaba mis energías para ir
corriendo a por el bus. Llegando al local, vi un grupo de plañideras, que
obviamente, eran ellas. No abrí el bar y me metí por el callejón para cruzarme
con ellas. Al pasarlo, no las vi y al ver el cartel del “Val Avenue” me di
cuenta que estaba ya a doscientos metros del local, de nuevo, había perdido la
noción del tiempo. Fui corriendo al bar para abrirlo, pero al llegar allí mi
jefa estaba esperando en la puerta con su típica cara de amargada.
-
Aras, llegas una hora tarde de la apertura del
bar. ¿Se puede saber dónde has estado?
-
Lo siento Fiona, pero el transporte público no
es muy preciso últimamente. – Le decía mientras abría la puerta con la llave.
-
Te queda media hora para que lleguen los
clientes habituales, ponte las pilas. ¿Se puede saber dónde está Diana? No sé
qué voy a hacer con vosotros.
-
Me dijo que no iba a venir hoy, tenía un poco de
gripe.
-
¿Un poco de gripe? Ya hablaré con ella. – He de
reconocer que no utilicé la mejor escusa, pero sí la primera que se me ha
ocurrido.
Una vez entré
en el bar, se dispuso a vigilar todos los movimientos que hacía. Seguramente
pensaba que me iba a poner a robar los cubiertos que venían del mercadillo, con
el retraso con el que empecé la mañana, me había ganado su desconfianza plena.
-
Deja, no sabes hacerlo bien, se hace así. – Me decía
mientras lavaba los vasos del fregadero.
Cuando empezó
a incordiar a la cocinera, me vino una brisa de tranquilidad que duró poco. Su
irritante voz la escuchaba de fondo, peor que una emisora de radio que sólo
ponen música de orquestas que nadie conoce y que sólo son bailadas por gente
octogenaria. Cogió uno de las tapas que tenía preparadas y se la llevó a la
bocaza. Mi enfado volvió a manifestarse por mi boca, susurrando: “Atragántate”,
lo típico que se le suele decir a alguien que te cae mal, pero después de mis
palabras, empezó a llevar sus manos a su garganta y bajó del segundo piso del
bar dirigiéndose hasta mí, pero no llegó a tiempo y se desplomó en el suelo. Me
dirigí corriendo hacia ella y antes de agacharme vi que estaba rodeado del
grupo de mujeres que tanto me estaba perturbando la mente.
Disfruta de ella
septiembre 14, 2016
Orfeo
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Incluso cuando creas que no puedes aguantarla más, jamás debes desear nada de lo que te puedas arrepentir. Cuídala, ámala y valora todas las cosas que hace por ti, porque aunque no lo creas ella es tu madre y siempre buscará tu felicidad, sin importar lo que cueste. Unos han crecido sin una a causa del destino y no saben todo lo que puedes disfrutar y no lo haces, otros han decidido alejarse y arrepentirse de ello cuando ya es demasiado tarde. ¿De verdad vas a esperar a quererla cuando ya no puedas hacer nada? No creo que quieras que ella guarde una mala imagen de ti. Cuídala y ámala.septiembre 14, 2016 Orfeo 0 Opiniones
Capítulo 1
septiembre 12, 2016
Orfeo
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septiembre 12, 2016 Orfeo 0 Opiniones
La misma
pesadilla se repite una y otra vez sin cesar… cada vez estoy más preocupado de
si es una señal o de si realmente tengo que dejar de ver películas de miedo
cada noche. Una extraña sombra no deja de perseguirme por un oscuro bosque. En cada
pesadilla escapo de una tortura distinta: la última que recuerdo es de
encontrarme en medio del bosque, rodeado por una especie de pentágono hecho de
sal (o algo parecido) y unos pétalos de una flor extraña… Era terrible, no me
podía mover, tan sólo podía pensar y mover mis ojos de un lado para otro. Nunca
recuerdo mi huida de cada trampa, pero siempre lo hago y no sé cómo, tan sólo
tengo “flashbacks” temporales, que siempre coinciden con el mismo momento: mi
situación en la trampa y la persecución. Una vez me vuelve a atrapar… me
despierto.
Mi nombre es
Aras, poco común, lo sé, pero no ha sido decisión mía tener este nombre y
además a mí me gusta por el simple hecho de ser raro. Actualmente estoy
trabajando de camarero en el “Val Avenue”, un bar de lo más común situado en el
centro del pueblo más monótono existente en la faz de la tierra, BlightVille.
Mis estudios se reducen a los más básicos, a pesar de mi alta capacidad
retentiva, o eso dicen. Trabajo más horas de las estipuladas en el contrato y
mi sueldo se reduce menos de la mitad gracias a mi tía y a las facturas. Tengo diecinueve
años y mis padres se olvidaron de mí a los diecisiete, actualmente vivo con mi
tía, a la cual le encanta gastarse mi poco sueldo en alcohol, en casinos y todo
tipo de situaciones para acabar con mi poco sueldo, así que sí, mi vida es
ideal.
Una vez hecha
la presentación, toca empezar a narrar mi vida, así que vamos allá: Después de
intentar dormir algo en toda la noche, me levanto y desayuno un poco de leche
con cereales, los más rancios y poco apetecibles que hay en la alacena. Una vez
llenado un poco el estómago, me ducho y me visto con el uniforme del bar, que
consiste en una camiseta y pantalón negro más el mandilón blanco, cojo el bus y
me dispongo a gastar mitad de mi vida en ese mugriento y apestoso bar.
-
Buenos días Aras – Me dice la jefa con tono
sarcástico cada vez que llego al tugurio- ¿cómo has dormido hoy?
Y sin esperar respuesta,
se va a la cocina. Odio a esa mujer con todo mi ser… Es la típica mujer
amargada que no ha probado hombre en sus últimos cincuenta años de vida,
teniendo sesenta. Mejor no profundizo en los detalles, cuanto menos tiempo
piense en ella mejor.
Me preparo detrás de la barra, asegurándome de
que cada cosa está en donde lo dejé: los vasos justo debajo de la barra, cada
docena en un estante, cada bebida contabilizada en el frigorífico situado al
lado de los vasos y, por último, asegurarme de haber puesto bien el menú del
día que, por suerte, no lo tenía que cocinar ni yo, la cocina se me da fatal,
ni mi jefa, a saber que le echaría esa mujer a la comida.
El bar se
empezaba a llenar con la misma gente de siempre: gente del pueblo, otros de
vacaciones y, por primera vez, un grupo de adolescentes jóvenes acompañadas por
una mujer más mayor vestidas totalmente de negro. Tras observarlas durante un
rato mientras atendía a los demás clientes, me acerco a Diana, mi compañera de barra
y le digo:
-
Oye, ¿alguna vez las habías visto? – Me mira con
cara de perplejidad.
-
¿A quiénes?
-
A ellas – las señalo con la mirada – Nunca las
había visto.
-
¿Aras? Son las mujeres que vienen siempre antes
de ir a la partida del cinquillo.
Después de su
intervención se dispuso a continuar con su trabajo y yo, me dispuse a creer que
Diana me estaba gastando una broma. Dejé de creer eso en el momento en que una
señora mayor se acercó a ellas, como si las conociera de toda la vida. No sé si
mi cabeza me estaba jugando una mala pasada intentando decirme que hace mucho
tiempo que no tengo novia o, simplemente, que todo el mundo me estaba
intentando gastar una broma.
Se pasaron
allí todo el día, primero tomando algo, después comiendo y luego jugando al
cinquillo, realmente sí que tenían gestos propios de señoras mayor, como llevar
las gafas en la punta de la nariz o de reírse agitando todo el cuerpo a
carcajada profunda. En el bar sólo estaban George y ese grupo de mujeres al
anochecer. A esa hora mi jefa solía irse para buscar pareja al pub de al lado,
la cocinera se había ido ya a las seis de la tarde y Diana se estaba quedando
dormida, la pobre estaba preparando un doble grado de Documentación y
Humanidades a la vez que trabajaba.
-
Diana, vete a casa y descansa, ya me quedo yo. –
Le dije a la vez de estar intentando disimular mi cara de cansancio.
-
¿Estás seguro? – Me dijo preocupada.
-
Si mujer sólo quedan ellos y además la vieja ya
no está, así que no se va a enterar.
-
Muchas gracias Aras, te debo una – me decía a la
vez que cogía sus cosas y se iba corriendo con una cara llena de vitalidad.
A la vez que
ella, la señora que se había unido al grupo de mujeres de luto, se marchaba dejándolas
en esa esquina del bar. George se había quedado frito después de consumir
durante la tarde toda la estantería de licores, no hace falta que diga que
cumple el tópico de borracho de pueblo. Una del grupo de mujeres se acercó a mí,
certificándome que tenía mi edad, y pidiéndome la dirección del baño. Tras
indicárselo e ir al baño, un hombre entró de manera asaltada al bar con una
pistola en su mano, empezando a dar órdenes: a mí que le diera el dinero de la
caja y al grupo que se quedara quieto, realmente ellas no parecían estar
preocupadas. George se despertó bruscamente y el hombre de la pistola, al
asustarse, le disparó y el ebrio calló al suelo, fue entonces cuando yo me
quedé atónito y no sabía qué hacer, fue entonces cuando el grupo se levantó y
se quedaron mirándome. No sabía cómo actuar hasta que la mujer que venía del
baño, al ver a George desangrándose, se agachó junto a él en el suelo y,
poniendo sus manos sobre su herida, cerró los ojos.
-
¡Abril, no! – Gritó la mujer mayor del grupo
mirando para ella.
-
Exurge,
exurge, sana, sana. – Decía la joven
mientras presionaba sobre la herida.
Mientras tanto
la mujer de avanzada edad plantó su mirada en mí para observar mi reacción, supongo
que se extrañó al ver que no me había desmayado y, sinceramente, yo también.
Después de haber dicho esas palabras la herida se cerró y George recobró el
aliento de manera acelerada. El hombre de la pistola me copió la reacción y,
apuntando a la mujer que estaba junto a George, aprieta el gatillo.
-
¡Regere et
conservare! – Gritó la mujer, que parecía ser la líder mirando a la pistola
del hombre al mismo tiempo que disparaba.
No sé cómo,
pero la pistola se movió bruscamente apuntando a su izquierda evitando que la
bala llegara a su amiga. Después de eso, otra mujer del grupo se acercó a mí y,
deslizando su mano por mi cara de asombro, me caí y, una vez más, desperté en
mi cama.
No sé por qué,
pero esta vez tenía la sensación de que ese sueño, no era ni un sueño ni una
alucinación, estaba seguro de que fue real. Repetí mi rutina y después de
bajarme del bus, tuve la extraña sensación de que alguien me estaba observando.
Continué hasta llegar a la puerta del bar y como seguía notando esa sensación,
me giré bruscamente y vi como alguien que llevaba un abrigo negro se escondía
por el callejón que conectaba el pub con el bar, me dispuse a seguirla
rápidamente hasta que, al meterme en el callejón, no vi a nadie. Me froté los
ojos y me fui directo al bar, delirando en voz alta lo que me estaba pasando y
de cómo perdí la cabeza. Al llegar al local, vi a Diana limpiando las mesas
rápidamente (algo que debía haber hecho yo, si no hubiera pasado lo que creía
que había pasado).
-
Hola, te ayudo ahora, dame un minuto a que deje
mis cosas en el almacén. – Le dije mientras ella mantenía su ritmo.
-
¡Apura! – Me decía sabiendo que las personas de
siempre vendrían a la hora de siempre.
Dejé las cosas
en el almacén a la vez que pensaba en cómo demostrar que mi sueño no era fruto
de ver tantas películas de ciencia ficción. Fue entonces cuando recordé que el
suelo debía tener un agujero provocado por el impacto de la bala desviada. Salí
del almacén y me dispuse a ayudar a Diana a la vez que observaba cada tablón de
madera del suelo cercano a la barra.
-
Oye, si sé que ibas a dejar así el bar ayer, no
aceptaba dejarte solo. – Eso es, le había cambiado el turno a Diana, una prueba
a mis sospechas.
-
Lo siento. Para ser sincero, no recuerdo haber
dejado el bar ayer.
-
Ah, genial. Ahora es cuando me dices que te
hiciste colega de George y terminasteis con el estante de los licores.
-
¡No, claro que no! Es sólo que últimamente no
descanso bien y tengo pequeñas lagunas mentales.
-
Ya, bueno… Acaba con la mesa dos, yo comprobaré
que todo esté bien y que Casilda tenga los desayunos preparados.
-
Vale, no te preocupes.
Fue entonces
cuando llegaron el grupo de jóvenes que tan sólo yo veía como tales, prueba
evidente de que no son fruto de mis ensueños. Estuve vigilando todos sus
movimientos, incluso cuando llegó la anciana a jugar su partida de cinquillo.
Por suerte, era Diana la que se encargaba de servir sus pedidos, hasta que me
tocó a mí. Cogí de la nevera las bebidas con gas que me habían pedido y me fui
acercando a ellas, más despacio de lo usual.
-
Hola querido – Me dijo la más mayor de las
vestidas de luto. – Muchas gracias por las bebidas.
El resto del
grupo me miraba a mí, mientras la señora seguía obcecada con su partida, yo me
habría quedado helado si no fuera porque la mirada del grupo me hacía sentir
una extraña y calurosa sensación en mi interior que, curiosamente, se me hacía
un tanto familiar. Me fui más rápido de lo que llegué para atender al resto de
clientes.
En mis
momentos libres seguía buscando el agujero, pero no conseguí encontrarlo, sabía
que ellas me observaban mientras lo hacía y no parecía estar gustándoles que lo
hiciera. Desistí en mi búsqueda cuando dos de ellas fueron al lavabo. En mis
duros intentos de no seguirlas, lo hice e intenté oír todo lo que decían sin que
se percataran de mi presencia.
-
Tenemos que contárselo – Decía una hacia su
compañera.
-
¡No! ¿Acaso no te acuerdas de lo que nos dijo
Ana? No puede saber nada. – Le contestaba con tono enfurecido.
-
¿Y cuánto tiempo crees que va a estar a salvo?
-
Eso no es asunto nuestro, tan sólo tenemos que
acatar órdenes, recuérdalo y ya suficiente hizo ayer Abril con mostrar lo que
podía hacer.
Cuando
empezaron a manifestar sus deseos de irse del lavabo, me fui al almacén
corriendo, así el grupo no sabría que estaba haciendo de espía. Esperé un
poco para certificar su ida, hasta que unos pasos se acercaron a la puerta del
almacén, ésta se abrió de repente mostrándome a mi jefa enfadada.
No sabía qué
hacer ni decir, me estaba mirando de manera amenazante y a mí no se me ocurrió
otra cosa mejor que ponerme a mirar las cajas de los alimentos:
-
¿Se puede saber qué estás haciendo? – Me dijo,
continuando con su mirada penetrante.
-
Haciendo un poco de inventario, es que no sabía
si quedaban patatas.
-
Ve a ayudar a Diana y deja de vaguear.
Aunque no lo
hubiera dicho, Diana era el ojito derecho de la amargada que tengo como jefa.
Al salir del almacén me dirigí a la barra fijándome como estaba siendo
observado por el grupo de siempre. Me estaba poniendo de los nervios, seguía
sin saber por qué era el único que podía verlas como un grupo de jóvenes
encabezado por una señora más mayor. Y por qué no recuerdo haberme ido la noche
pasada a dormir.
En una ocasión
en la que Diana atendió a los recados del grupo, volvió distinta a la barra,
con una mirada totalmente distinta y perdida. No era capaz de reconocerla, sus
acciones eran totalmente anómalas, el trato con los clientes era más brusco,
cada vez que dejaba un plato en las mesas, la comida se desbordaba. Miré al
grupo de mujeres y ellas también la estaban contemplando.
Faltaba sólo
media hora para cerrar y Diana seguía con la misma actitud, algo que hacía que
se fueran los clientes, aunque sinceramente, parecía que su finalidad era esa.
George se había ido sobrio del bar y sólo quedábamos Diana y yo, además de
ellas. Se levantaron al mismo tiempo, bajaron las pocas escaleras que separaban
la barra de las mesas en las que se situaban siempre y se posaron frente a mí.
La señora de mayor edad me miraba fijamente, por lo que supuse que quería la
cuenta, fui directo a la caja y a cobrarles, entonces frunció el ceño y
forzando más la mirada hacia mí, provocándome incomodidad. Pareció molestarle
no haber conseguido su propósito por lo que las chicas se pusieron en la puerta delantera y en la trasera del local y la mayor pasó la mano por la cara de
Diana provocando su caída. Intenté ir corriendo a socorrerla, pero ella me hizo
una señal de parada y, como un tonto, la obedecí.
-
Alto ahí, caballero. – Me dijo cogiendo un
cigarro del bolsillo de su pantalón.
-
Espacio libre de hu…
-
Aquí hablo yo. – Me interrumpió. – Vamos a
dialogar seriamente juntos.
Miedo
septiembre 08, 2016
Orfeo
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¿Tienes miedo al amor? No debes tenerle miedo, debes abrazarlo, cogerlo y cuidarlo. ¿Tu corazón está roto? Piensa que siempre habrá una persona con aguja e hilo para arreglarlo. ¿No quieres desaparecer? No lo harás, piensa en que tú también has sido su gran amor. ¿Te arrepientes de los errores cometidos? Tarde para el arrepentimiento, intenta arreglarlo y piensa que también él necesitará aguja e hilo.septiembre 08, 2016 Orfeo 0 Opiniones
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ADRIÁN SIXTO
ESCRITOR
Conocerme no será difícil si estás dispuesto a abrir tu mente. La vida es como la poesía, solo unos pocos conseguirán vivirla como se merece; para conseguirlo, despójate de los prejuicios establecidos, libera los recuerdos acumulados y léeme para evadirte.
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