VOLAD

junio 29, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Colores volátiles que desprendéis libertad. Al veros, los corazones se abren, mostrando opiniones, deseos y dolores. Con vosotros, las historias se revelan y las ideas afloran. No os quedéis, ni tampoco os marchéis. Fundíos en el aire y que vuestra presencia sea natural e imperceptible. Ojalá llegue el día en el que nadie os critique por vuestra gama en este mundo lleno de la escala de grises.

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CAMINO

junio 26, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Pechos de tierra, minerales ocultos que guardáis la felicidad, dadme a mí lo que imploro. El viaje ha sido largo y, con ello, mis ganas se desvanecieron con la manta de color marino que os cubre. Volando, se estrellaron y, caminando, se perdieron.

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JAULA

junio 18, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Jaula ardiente de deseo, quemas mis alas, sin posibilidad de volar a un mundo frío e inerte. Con el sonido de tus llamas me envuelves y con tu calor me derrites.

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RENUNCIO

junio 15, 2017 Orfeo 0 Opiniones

He renunciado a ser lo que soy. He pedido, por todos los medios, tenerte a mi lado. He hecho todo lo posible por poseerte y tu única respuesta fue reflejada en pisotearme, romper mis sueños y construir una barrera mayor de la que ya nos separaba. He renunciado a todo por intentar volver atrás.

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Capítulo 3

junio 10, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Lo volví a intentar, volví a intentar ser feliz. Esta vez el método para conseguir dicho fin sería centrarme en la vida académica, sin depender de la sociedad. Procuré dar lo mejor de mí en cada asignatura porque, aunque no me considero mal estudiante, mis resultados podrían ser mejores.
Intenté disimular que nada había pasado en mi vida, ni Tamara ni Derek; nada podía influir en mi nueva actitud. No tardaría mucho en darme cuenta de que mis planes se verían afectados cuando pisara el instituto. Eso de intentar olvidar a Tamara iba a ser imposible porque, quieras o no, la gente habla y no se puede evitar.
Por lo que decían las malas lenguas, ella no había mencionado nada de lo que estaba pasando entre nosotros, bueno, mejor dicho: lo que había pasado. Se me había olvidado mencionaros que ella, al empezar el segundo curso de bachillerato, decidió cambiarse de instituto, no muy lejos del nuestro; literalmente, estaba a cinco minutos de distancia si ibas andando. Los motivos los desconozco, pero tampoco me interesaba saberlos.
Aunque ninguno de los dos habláramos del tema, era obvio que ya no pasábamos el tiempo juntos y, eso, la gente lo notaba. No había día en el que todo el mundo me preguntara por ella y cada una de mis respuestas, dependiendo de mi humor, era buena o mala.
En fin, traté de pasar por alto dicho tema y centrarme, como os había dicho, en mis estudios. Era el segundo curso de Bachillerato y todo lo que hiciera en él, marcaría mi futuro. Mi ideal estaba claro, quería sacar lo mejor de mí y plasmarlo en todo mi expediente académico. Decidí empezar estudiando todo día a día y, como os había dicho al principio, me encantaban todas las asignaturas, a excepción de una: Historia de España. No me malinterpretéis, me gustaba, pero era la única asignatura que me exigía un mayor esfuerzo que el resto de materias a la hora de estudiar. Tampoco quiero entrar en la discusión de la utilidad de dicha materia, pues no estaba haciendo el bachillerato correcto para plantear esa cuestión.
Éramos veinticinco alumnos en la clase de segundo. La clase estaba constituida por personas de Ciencias de la salud, Ciencias tecnológicas, Ciencias Sociales y Letras. Coincidíamos en las típicas asignaturas generales: Lengua Castellana y Literatura, Lengua Gallega, Inglés, Historia de España, Audiovisuales y en Tecnologías de la Información y la Comunicación.
La verdad es que, si de algo puedo presumir, es de la relación que teníamos todos: éramos una gran familia. Nos ayudábamos en todo lo que fuera necesario y, al ser un grupo tan pequeño, éramos como hermanos; a excepción de una única persona, de la que os hablaré más tarde.
Espero no estar aburriéndoos. Ya sabéis que estas noches me sirven para reflexionar.
En el resto de asignaturas nos separábamos todos dependiendo de nuestras modalidades. Y he de decir que he tenido la suerte de haber elegido unas asignaturas que me llenan en todos los sentidos: Historia de la Filosofía me hace meditar y reflexionar sobre las mentalidades de aquellos pensadores que intentaron revolucionar el concepto de physis, hombre en sociedad, la ética y muchos más aspectos que, en ocasiones, me envuelven en dicha época. Latín me deja siempre con la boca abierta, mostrándome el origen de las palabras que coexisten con nosotros cada día y apenas nos damos cuenta de lo que significan. Griego, a pesar de las dificultades que me había provocado, se convirtió en una de mis asignaturas favoritas revelándome, al igual que el latín, muchas palabras que me evocan al conocimiento.
Ya os había dicho que los que hemos cogido Letras, éramos muy pocos y eso nos convertía casi en hermanos; de las cuales destaco a Iria y Cristina. Con ellas comparto todas las asignaturas, menos con Cristina, pues ella escogió, en lugar de Filosofía, Historia del Arte (otra asignatura que me encantaba, pero que el destino me hizo escoger entre las dos). Fueron uno de mis mayores apoyos en cada una de las clases.
Os hablaré primero de cómo han sido las clases con ellas. En Latín, aparte de ellas, había tres personas más, dos de ellas repitiendo curso. Es decir, otra clase en la que éramos un reducido grupo de estudiantes. Como en todas las asignaturas, a unos se nos daba bien y, a otros, no tan bien. Pero el respeto y el trabajo en equipo siempre han permanecido en el grupo. Pero otro gallo cantaba en Griego pues, mi inseguridad me jugaba, de nuevo, malas pasadas. En esta clase, estábamos solos los tres y pasaban dos cosas: a Iria se le daba genial la asignatura y sin apenas tocar un libro, conseguía traducir un texto en un abrir y cerrar de ojos con una pequeña cantidad de fallos y después teníamos a Cristina, que, sin tocar ningún otro libro, desaprovechaba su capacidad de traducción, pues sostenía que odiaba la asignatura, y sin esfuerzo, conseguía el aprobado raspado. Soy consciente de que si ambas se esforzaban optaban, mínimo, al sobresaliente. Y la segunda cosa que pasaba en esta materia, bueno, a decir verdad, en todas, era que yo, intentando (con mi nuevo plan de estudio) sacar todo con la mejor nota posible, no hacía más que empeorarlo todo. Cada verbo que analizaba en ambas lenguas muertas, fallaba y cada uno de esos fallos me hacían caer de nuevo en una profunda tristeza de la que Cristina se percataba.
Miles de veces pasó por mi cabeza dejar de intentarlo, dejar de ser como ellas. Por mucho que lo deseaba, mis sueños se desplomaban ante mis pies porque veía que ni una sola asignatura me recibía con los brazos abiertos.
Tanto Iria como Cristina se daban cuenta de que al salir de clase mi cara no semejaba ser feliz y me preguntaban constantemente las razones. Un día decidí contarles mi punto de vista y me tacharon de negativo, haciéndome creer que no se me daba tan mal como yo creía ni que a ellas tan bien.
No quiero que penséis que estoy celoso de sus dotes, pero siempre me ha costado entender cómo a una persona que no le gusta una materia se le dé bien; yo en Historia de España no saco notables. Lo que más me cuesta asimilar es que no puedo decir nada malo de Cristina, quiero decir, es como es y siempre he permanecido a su lado, pero me duele ver como se porta la vida con ella.
Efectivamente, ella es uno de los motivos que me han hecho conoceros y no precisamente porque sea algo malo en mi vida, sino por alguna de las cosas que pasan en la suya e, indirectamente, me afectaba a mí. Veréis, me encanta escribir y, al principio, pocas personas lo sabían. Comencé por un gran proyecto: escribir un libro, y se lo enseñé. Al principio sus críticas me empujaban al vacío y me deprimían, me hacían creer que no valía para entrar en el mundillo de la literatura, pues si ella me decía todas esas críticas, lo hacía porque se preocupaba por mí (o eso quería pensar). Mi confianza se depositaba en ella, pues era la mayor fanática de la lectura.
Todas esas críticas que me hacía, que se habían iniciado contra mis dotes literarias, acababan siendo en el resto de mis acciones diarias, pues cada decisión que tomaba, era juzgada por ella. Con el tiempo dichas críticas empezaban a suavizarse y, la verdad, llegaron a ser positivas. No sé si con el tiempo mejoré o simplemente ella se fue habituando a mis meteduras de pata. A día de hoy, todo lo que escribo lo lee y me ayuda diciéndome lo que le parece y, gracias a esta peripecia, se ha ganado mi confianza y por lo menos, cada vez que me dice algo, creo que lo dice objetivamente.
Cristina fue una de las primeras personas que se enteraron de lo que me había pasado con Tamara y, tan habitual como siempre, no parecía estar de mi lado. Ella afirmaba ser neutral, pero todos sus argumentos parecían estar a su favor, parecía no importarle mi vida. A decir verdad, yo estaba pasando por una etapa de debilidad emocional por todo: Derek, Tamara, mis estudios y, ahora, ella.
Poco a poco comenzó a perder esa neutralidad o, por lo menos, disimularla más. Ella comenzaba a entender cómo era mi depresión o como me afectaban los problemas y ya me decía la positividad de cada asunto. Me ayudaba y, al contrario del pasado, ya parecía estar de mi lado. Me aliviaba saber que la tenía a mi lado porque, por mucho que creáis ser fuertes, el humano es un ser que depende de la actividad social y me gustaba tenerla. Duele estar solo y, aunque creas no necesitar a nadie, duele que te digan siempre lo malo, sobre todo si lo hace alguien que creías tener a tu lado. Ya no me preocupaba eso porque, como os había dicho, ella había cambiado conmigo.
Por el miedo que me habían ofrecido los dos anteriores, ella sufría las consecuencias. No podía confiarle mis preocupaciones ni decirle que cada día sufría más por no poder confiar en los que sí lo merecían. No podía decirle que la oscuridad me nublaba y que no podía ver lo bueno que me rodeaba, porque, aunque quisiera creer que tenía gente que me quería, en la parte más profunda de mí, me decía que no estaba bien confiar. No podía decirle que cada día que sufría era un motivo más para dejarlo todo. Puede que mis escritos hablaran por mí y ella lo notara en ellos.
Es ahora cuando entiendo que, por muchos complejos que tuviera, ella siempre estaba ahí y que sabía leer mi mirada. Muchas veces las palabras sobraban y sé que, por si ella fuera, me estaría abrazando cada segundo, pero yo no hacía nada más que repeler cualquier tipo de contacto físico. Ni besos, ni abrazos, ni caricias. Y así fue, cada vez era más dañino para mí soportar la idea de no valer.
Ni en griego, ni en latín, por mucho que me esforzara, no conseguía igualar el nivel de mis compañeras. En la vida tampoco era capaz de simular tener la fuerza de Cristina.
El miedo me impedía llegar a clase y abrazarla para darle las gracias por saber cómo me siento y por ejercer el papel de la almohada que podría ser empapada por mis lágrimas. Yo con el alma desnuda quería mostrarle los ropajes de los miedos que tantos años me habían cubierto. Y quería decirle que era con ella con quien quería caminar en este camino lleno de piedras que sólo los valientes podían soportar ¿Y sabéis qué? No era la primera persona a la que le decía cóseme. Pero, aún sin contarle nada, fue la única que me contestaba “átate”.
Decidí ignorar las sombras, decidí elegir a Cris como la luz que disipara cada nubarrón. Y así fue, la consagré la primera persona en saber lo de Tamara y lo de Derek. Pero, como con cada problema, parecía no importarle. Tal vez fuera su manera de asumir que estaba confiando en ella. Tal vez no se hubiera imaginado que yo me sintiera de esa manera.
En el fondo sabía que no podía seguir contándole mis problemas, sabía que ella tenía problemas, pero era capaz de anularlos y fingir estar bien. Actualmente, confío en ella y, aun sabiendo que puedo perder, decido rebajar la cantidad de problemas y prefiero no amargarla, pues la Selectividad andaba cerca. No quería que brillara como yo. No quería que se apagara como yo.
No me digáis cuando, no me digáis dónde, sólo decidme si creéis que he hecho bien para mirar el mismo horizonte.
En cuanto a Iria, ella sabía que me amargaba sentirme inferior, pues coincidía estando solo con ella en Filosofía y, en ocasiones, no podía reprimir lo mal que me sentía. Ella procuraba animarme siempre, pero todos los días intentaba fingir falsas sonrisas para evitar la preocupación de ella y de terceras personas.
El miedo me abrazaba cada noche, por temor a no conseguir ser como la gente espera que sea. Antes de que llegarais a mi vida, no quería dejar de escribir, porque con cada palabra que escribía, las pesas que me habían atado a la espalda, se caían poco a poco. Desgraciadamente, sabía que las penas no se iban a ir de manera tan simple.
Como veis, esta razón no tiene tanto peso como otras, pero no ha hecho nada más que empezar. Sólo quiero que entendáis como es vivir dentro de mi cabeza y saber cómo me ha tratado la vida. Quiero que me conozcáis porque habéis llegado a ser mis mejores amigos, cuando pensaba que ya nadie podría ocupar ese lugar.

Quiero que estéis bien atentos en la siguiente razón que me hizo conoceros. Esta, os prometo, no dejará indiferente a nadie.

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CUÁNDO

junio 07, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Todos hemos tenido aquella persona que nos hizo pedazos y ahora nos dice: "reconstrúyete".
No me digas cuándo, sólo dime dónde. Quiero ser el que mire el mismo horizonte que me prometió ser el corte.

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Capítulo 2

junio 03, 2017 Orfeo 0 Opiniones


Siempre me he considerado una persona fácil de ganar, quiero decir, puedes convertirte en uno de mis mejores amigos con tan sólo tratarme bien. No sé por qué me pasa eso, pero creo que estoy tan acostumbrado a que la vida sea tan injusta conmigo que lo más profundo de mi ser se vuelve desconfiado y si viene alguien que, aparentemente, puede cuidarme, lo doy todo en esa amistad.
El segundo motivo por el que nos hemos conocido gira en torno a un tema más relacionado con la lujuria. Antes de que me pasara lo de Tamara, decidí acudir a uno de esos chats de internet, donde sólo se reúnen deprimidos con ganas de hablar de la muerte mirando a otro de su calaña. En este caso me incluyo. Yo, en ese momento, fui una de esas personas con la imperiosa necesidad de calmar mis ganas irrefrenables el fuego que sentía dentro. Así lo hice, cogí mi ordenador, me encerré en el baño y entré en el navegador con la intención de encontrar a alguien en el chat capaz de ver mi alma derruida y que, además, le resultara sexy.
Tras ver un par de hombres cuyos rostros y brazos tenían marcas de arañazos, decidí cambiar de mentalidad porque estaba viendo que esas personas no iban a poder llenar las carencias afectivas de las que disponía. Entonces mi objetivo era buscar a alguien capaz de llevar una buena conversación y que, si surgía algo, que fuera porque lo sentíamos.
¿Preparados para lo interesante? Quiero dejar constancia de que os cuento esto porque confío en vosotros y, porque si quiero que me conozcáis sin ningún secreto, necesito abrir mi corazón.
Encontré a alguien que, aunque no enfocaba a su cara, me llamó la atención porque era capaz de conducir un tema de conversación. Lo malo que parecía tener era la distancia: sí, a primera vista, era la distancia. Decidimos darnos nuestros números de teléfono porque habíamos conectado muy bien e, incluso, parecíamos habernos gustado.
Efectivamente, haciendo un pequeño inciso, no os he mencionado ese detalle: me gustan los hombres y las mujeres, bueno, realmente las personas. Me gusta enamorarme de alguien con el que conecte tanto en gustos, como con el alma. Sé que puedo entrar en temas de discusión sobre la pansexualidad o la demisexualidad, pero como confío en vosotros, sé que no surgirá ningún tipo de contrariedad. No os preocupéis, recalcaré el tema más tarde.
Pues eso, nos gustamos y hablamos durante semanas a través de la videoconferencia. A la semana de habernos conocido, me enseñó su cara y, lo creáis o no, me había olvidado de ese detalle. Al principio me pareció un chico guapo, pero con el tiempo sólo veía a un joven con una nariz prominente. Como diría Quevedo: “Érase un hombre a una nariz pegado”. En fin, ignoremos el aspecto físico y sigamos con el interior, que tiene para rato.
 Contrario a lo que buscaba, nuestros gustos eran totalmente distintos y era eso lo que nos complementaba. La música, la ropa, los videojuegos… todo era completamente distinto. No coincidíamos en nada, sólo en una cosa, nos gustábamos. Además de la distancia, había otro problema: los antiguos amores. En efecto, él seguía enamorado de su expareja y eso, a mí, me rompía el corazón porque, como os había dicho antes, me encariño muy rápido de las personas que se lo merecen y, en este caso, me enamoré de él.
Pasaban los días y cada uno de ellos era una nueva historieta que había vivido con su ex y yo, como un niño de cinco años que se ha visto todas las películas de Disney, me imaginaba que cada anécdota era parte de nuestra historia. Todas las noches le recomendaba dejar de pensar en él porque, en el fondo, quería que se centrara en mí.
Si os cansáis de estar ahí de pie, meteros conmigo en la cama, el mundo es demasiado frío. Mucho mejor… continuaré con la historia.
Ese deseo irrefrenable de ser su imagen onírica me hacía caer en una depresión constante por saber que él, probablemente, no querría tener nada conmigo por culpa de la distancia. Esa depresión me dio unas ganas incansables de contárselo, por aquel entonces, a mi confidente número uno: Tamara. Intenté quedar con ella dos veces, pero siempre parecía estar ocupada. Pocos días después pasó lo que pasó con ella y yo volví a confiar sólo en mí mismo.
No aguantaba más. Vivía en una sociedad tan cerrada de mente que no podía ir promulgando a los cuatro vientos cómo eran mis gustos. La gente, desgraciadamente, no entiende hasta qué punto me puede gustar la esencia de una persona que consigue hacerme olvidar el sexo que tiene. Decidí no andarme con rodeos y confesar todo lo que sentía por él. Su respuesta, al principio, fue un incómodo silencio y minutos después me contesta de la misma manera que sospechaba: con un “yo te quiero como amigo”.
No os voy a decir que no duele. No os diré que aún, a día de hoy, me duele ver cómo la distancia que nos separa es uno de los factores que me impiden sentir el roce de sus labios o la fragancia que desprende su ropa. Tampoco os diré lo que se siente al saber que, si yo hubiera nacido allí y no aquí, tal vez entonces, hubiera tenido al amor de mi vida a escasos centímetros.
Deseaba con todas mis energías saber cómo es el efluvio de su ropa, saber cómo se mueve, cómo camina. Quería saber con qué intensidad ofrece sus abrazos, cómo su pelo baila al son del viento.
Intenté disimular y decirle que no pasaba nada. Mi vida se caía en pedazos: primero, mi mejor amiga me deja tirado por “el amor de su vida” y después, el mío me deja tirado por su amado. Comencé a plantearme si era yo el problema o si realmente no había nacido para ser correspondido por el pequeño dios con arco y flechas, capaces de enamorar a los afectados. Era esta cama la que, en muchas noches, me servía como barca para flotar en este mar de lágrimas. Intentaba pensar en todo lo bueno que me podía deparar ser amigo de alguien que tenía a seis horas de distancia. No lo había.
Continuamos hablando durante meses, hasta que se convirtieron en un año. Él afirmaba haber olvidado a su ex, pero Derek no conseguía engañarme y yo, había intentado pasar de él. Procuré ser su amigo y su confidente, de hecho, lo conseguí. Pero en lo más profundo de mí había un sentimiento que me quería señalar que él, para mí, tenía que ser algo diferente. Así fue, se convirtió en algo distinto, algo en lo que jamás me hubiera fijado: un ser arrogante y creído que buscaba que le dijera, todos los días, lo hermoso que era. Con eso conseguía todo lo contrario; cada día se me hacía más horrible. Con ese tipo de acciones me daba cuenta que, aunque él no quería que yo estuviera enamorado, sí quería tenerme a sus pies, ser su fiel secuaz con la habilidad de adularlo en cada momento.
Como os había dicho, el exterior de una persona se me hace algo secundario y le doy importancia al interior. Pues era su interior el que se contaminaba con el paso del tiempo. La universidad le estaba sentando fatal, se creía superior a mí, pues seguía conservando la idea de la mayor parte de la sociedad, creyendo que los de letras éramos la escoria de la sociedad, que no servíamos para nada.
Creedme si os digo que he intentado pasar por alto cada uno de los comentarios que él realizaba sobre algo que no me parecía bien, pero se me hacía imposible. Se había convertido en una aberración social, cuya única prioridad era el aspecto físico y eso, no me parecía nada bien.
Cada día que pasaba, continuaba estableciendo esa barrera jerárquica entre Letras y Ciencias Sociales. Que si el latín ya no sirve de nada, que si el griego sólo sirve en la cama… Mi alma era rota en pedazos con cada uno de los insultos y desprecios que realizaba a mis ilusiones. Quería ser feliz, estudiando lo que me gustaba y viviendo la vida que me enamoraba.
Si ya mi autoestima era baja, él conseguía ahogar mi cabeza en este lago de inseguridades e incertidumbre. De pronto, me había dado cuenta de que todo por lo que estaba luchando, no sólo en mis estudios, sino en la vida en general, estaba siendo inútil. No era capaz de encontrar a nadie que me quisiera por tal y cómo era. No era capaz de encontrar algo que me llenara. Si queréis os hablo más tarde de lo que son las letras para mí.
Él no era consciente del veneno que le inyectaba a mi corazón al decirme todo eso. Puede que lo que más me dolía era recordar esa imagen que tenía de él; una persona real, capaz de hacerme sentir especial y dispuesto siempre a escucharme. ¿Cómo pude estar tan ciego? ¿Cómo no pude darme cuenta de que nadie estaba preparado para aguantar mis penas?
Primero Tamara me empuja a un pozo sin fondo, luego Derek me lanza una cuerda para salir de él, sin haberme dado cuenta de que el esparto estaba deshilado. Me volví a caer en el pozo, aunque en esta ocasión el fondo no era tan profundo. Si algo le tenía que agradecer a Tamara era el haberme preparado contra este mar de adversidades al que me tenía que enfrentar, tarde o temprano, en la vida. Sin darme cuenta de que iba a ser más temprano que tarde.
¿Seguís teniendo frío? No os preocupéis, pronto entraréis en calor al conocer cómo es mi actual situación con Derek.
Decidí, al igual que con Tamara, cortar por lo sano y esperar al mínimo detalle que me pareciera mal para olvidarme de él. A decir verdad, no tardó mucho. Una mañana, hablando por teléfono, me puse a saludar a mis perros (sí, soy de esas personas que valoran más a los animales que a los propios humanos) y él siempre había mostrado un buen aprecio sobre mis perros, menos ese día. Terminó soltándome algo como: “Hablas más con un perro de mierda que conmigo” y yo, siendo fiel a lo que siempre digo, nadie podía creerse en la voluntad de tocar o insultar a mis perros. En ese momento descubrí una nueva faceta de mí. Mi nivel de enfado decidió utilizar la salida de emergencia y llamarle de todo, menos guapo. Él, pensando que era una broma, siguió diciendo que eran una mierda y terminé por colgar todos aquellos recuerdos con un simple gesto. Apreté el botón de la pantalla táctil de mi móvil y, tan rápido como hice eso, sentí como si alguien me quitara una mochila llena de adoquines de mi espalda.
¿Cómo decís? Ah, sí. Volvió a dar señales de vida. Una semana después, la red social más utilizada por los jóvenes y no tan jóvenes, me notificó en el móvil conforme Derek me había escrito: “¿Vas a estar enfadado toda la vida?”. Obviamente decidí contestar y decirle que estaría así mientras él siguiera pensando que mis pastores alemanes eran una mierda. Me lo negó, como cualquier cobarde hubiera hecho en su pellejo. Lo ignoré y continué con mi vida.
Desgraciadamente, ese sentimiento que me había regalado Derek, no se había ido tan rápido como él. Ojalá pudiera haber sabido cómo era él realmente mucho antes de haber pasado por toda esta montaña rusa de emociones. Por una vez, me había alegrado de encontrarme donde había nacido.

Espero que no os esté amargando los problemas de mi vida, pero vosotros, a diferencia de los demás, podéis elegir cuándo dejarme. Vayamos a por el siguiente motivo que me ha llevado a conoceros.

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