El beso de Zeus

julio 29, 2017 Orfeo 0 Opiniones

           Siempre he querido el afecto de las personas y el que más apreciaba era el de mi padre. Con el tiempo, conforme iba creciendo, mis necesidades cambiaban y, por tanto, el cariño de mi padre ya no era vital. Supongo que siempre lo ansiaba por el cupo que no supo llenar la madre que nunca tuve.
Ya tenía dieciséis años y mi padre tenía la tediosa costumbre de darme un beso todas las noches. Como si eso fuera a ayudarme a dormir mejor. No paraba de intentar traer una compañera de vida, pues creía que mi rebeldía tenía como origen la ausencia de una progenitora. Entendía sus intenciones, pero nunca he necesitado tenerla. Siempre ha estado ocupado buscando mi bienestar. Ha ejercido ambos papeles y en muchas ocasiones, aun estando enfermo, acudía al trabajo.
Este último año comenzó a comportarse de un modo que no me complacía, no hacía otra cosa más que aturdirme.
Normalmente, cuando se levantaba, dejaba preparado el café en la cafetera, pues se levantaba a las seis de la mañana para ir al restaurante. Pero, desde mi cumpleaños, actuaba como si lo hubieran mareado en una ruleta. Parecía estar aturdido y sus comentarios carecían de sentido alguno.
Creo que esta situación de soledad y de aparentar que todo iba perfecto lo agotaba y hallaba, como única solución, el alcohol. Normalmente salía del trabajo a las dos de la mañana, pero desde el estreno de mi edad, volvía a las cinco. Muchas veces empataba su hora de vuelta con su entrada al trabajo.
Me empezaba a preocupar su nueva rutina de vida y no paraba de pensar en si algún día cometería alguna locura. Si él se iba de mi vida, no tendría a nadie con quien compartir mi futuro. Mis estudios iban muy bien, pero comenzaban a resentirse por la preocupación que me generaban sus actos.
En una noche lluviosa, mis sospechas cobraron vida y se manifestaron en una experiencia que jamás olvidaré. A las tres de la mañana, yo ya estaba en durmiendo en mi cama y, de pronto, escuché el ruido de la puerta cerrándose con el mismo nivel de decibelios que un trueno. Mis párpados se abrieron y ese sonido me causó, en un primer lugar, miedo y luego, al escuchar las llaves caer al suelo, me produjo pánico pues supe que era mi padre y que no se encontraba sobrio. Salí al pasillo y lo vi desafiando la gravedad, sosteniéndose sobre la punta de sus zapatos. Al verlo, fui a que se apoyara en mí. Quería llevarlo a su habitación, pero su mirada era distinta, ya no parecía ser mi padre y, como si fuera un perro, me pegó una patada en la cadera, desplomándome en el suelo. Por suerte no me hice daño en la cabeza con el mueble del recibidor. Me quedé congelada mientras veía cómo se iba a su habitación.
De camino a mi habitación, intentaba asimilar lo que había sucedido y busqué la manera de dormirme, pero no pegué ojo. No paraba de pensar en cómo hacer para ignorar lo sucedido. Siempre me había tratado como una princesa y ahora me sentía igual que la Cenicienta. Tenía la esperanza de que todo esto hubiera quedado en el olvido a la mañana siguiente.
Al despertar del sol, me encontraba agotada, pues no había dormido en toda la noche pensando en lo que me había hecho. Me dirigí a la cocina cautelosa, con temor a encontrármelo. Poco después de haber terminado el desayuno, entró en la habitación y mi sangre se congeló. Mi corazón parecía no latir.
Su actitud seguía siendo la de siempre. Me había dado los buenos días y me dijo que le dolía la cabeza, supongo que sería la resaca. Una vez duchado, se fue al trabajo y yo me quedé haciendo los deberes.
Algo dentro de mí me decía que no podía estar tranquila, pero yo no quería ver sus malas acciones.  Estuve durante toda la tarde entretenida y, una vez eché el ojo al reloj, vi que ya eran las tres de la mañana y mi padre todavía no había llegado. No quise darle importancia y me fui a mi habitación.
De nuevo, el mismo patrón se repetía, escuché la puerta y sus llaves cayeron al suelo. Para mi sorpresa, vi cómo se acercaba a mi habitación. Con el miedo que sentía, decidí actuar como una cobarde y me escondí debajo de la cama, con la esperanza de no ser vista por él.
No hacía nada más que escuchar sus pasos acercándose a mí. Intenté contener mi respiración para evitar que se percatara de mi presencia y, en un principio, parecía haberlo logrado. Justo cuando estaba dispuesto a cerrar la puerta de mi habitación, estornudé pese haber intentado aguantar mis ganas. Se paró frente la puerta y giró bruscamente. Ahora ya no podía hacer otra cosa que irme corriendo, pero, de nuevo, me había quedado paralizada. De pronto, sentí como sus manos me agarraban por los pies y me arrastraban al exterior de mi nuevo refugio. Me sentía mareada y confusa, mi padre no parecía estar borracho, pero sí enfadado. No paraba de regañarme porque había pensado que estaba planeando una fuga.
Una vez ya más calmado, me contó que había llegado tarde porque una panda de borrachos se quedó en el bar más tiempo de lo acordado. Por suerte, ignoró el hecho de haberme encontrado debajo de mi cama. Y, una vez más, me dio su típico beso de buenas noches. Creo que fue la primera noche de muchas en la que me había complacido ese beso. En ese momento decidí que podía olvidar la noche pasada y empezar de cero.
Durante un par de semanas después, mi padre volvía a llegar a casa todas las noches bebido, pero yo ya había aprendido a no entrometerme en ese tipo de situaciones. Fue en una de esas noches cuando mi infierno había comenzado. Después del repetitivo patrón, mi padre volvió a dirigirse a mi habitación y, creyendo que estaría sobrio, no me alerté, pero me equivocaba. Mi padre, a través de un recorrido lleno de movimientos en zigzag, llegó a mí y empezó a acariciar mi pelo y apartarlo de mi cara para darme un beso en la mejilla. Pero no fue solo un beso. Cada beso que me daba, se acercaba a mi boca y según avanzaba a ella, me iba agarrando las manos porque él bien sabía que estaba despierta. Comencé a moverme bruscamente y a patalear para que entrara en razón, pero nada era efectivo. Consiguió agarrar mis muñecas con una sola mano, pues las tenía gigantes y, con la otra, empezó a llevarla al interior de mi camiseta para así, tocar mis pechos.
No podía parar de llorar y de gritar, le suplicaba, por todos los medios, que parara, pero no me hacía caso. Me arrancó la parte superior del pijama, partiéndola en dos, para dejar a la vista lo que guardaba esa camiseta. Con todos los impedimentos que le intenté ofrecer, consiguió bajarme los pantalones y mi ropa interior. En el momento que llevó la mano a su pantalón, decidí darle una patada en su estómago. Conseguí liberarme e intenté correr hacia la puerta del vestíbulo, pero estaba cerrada. Al ver que ya se dirigía hacia mí, fui hacia la cocina, porque la ventana contactaba con el patio de vecinos. Conseguí abrirla y gritar durante un par de segundos, pero él consiguió cerrarla de un golpe y me empujó contra el mostrador de la habitación. Colocó mis manos revoltosas contra mi espalda y se bajó los pantalones. A partir de ahí, lo único que recuerdo era dolor y una rotura de recuerdos, transformados en esa noche, sintiéndome sucia.
A la mañana siguiente, me desperté en el suelo de la cocina, desnuda y salpicada por un líquido pegajoso. Recuerdo también que la zona pélvica me dolía. Me dirigí al baño y al verme reflejada en el espejo, me di cuenta de que todo mi cuerpo estaba cubierto de heridas y moratones, sobre todo en mi espalda. Mis nalgas tomaban un color rojizo y mi espalda parecía tener múltiples arañazos.
Mi mente estaba en blanco; decidí dirigirme a la ducha e intentar despejar mi cabeza. Enjabonarme era una tarea complicada porque mi cuerpo estaba sensible, coincidiendo en la zona de las heridas que me había producido.
No podía parar de reflexionar en cómo muchas niñas tenían la necesidad de abrazar a sus padres y otras, por el contrario, lloraban por no tenerlo. Yo no deseaba otra cosa más que su muerte. Quería hacerle pagar por robar mi inocencia y regalarme estos moratones.
Al salir del baño, me lo encontré en la cocina; ninguna de nuestras miradas se cruzaron, ambos fingimos estar solos en la habitación. Supongo que la noche anterior también le había pasado factura. Conseguí ver que había sustituido la leche del café por whisky. Parecía que quería olvidar algo que había hecho.
Me pasé toda la tarde mirando a la pared del salón mientras buscaba un rayo de luz en este lago de heridas. Escuché unos pasos acercándose a la puerta, parecía que el patrón iba a repetirse, por lo que me fui a mi habitación, deseando que no volviera.
Cada paso que daba, sonaba más cerca de mí. Llegó a mi cuarto y comenzó a desvestirme, empezando por mi pantalón. Decidí no presentar ningún tipo de resistencia, pues, al final, sería más dañino para mí. Se subió a mi cama desnudo y comenzó a penetrar mis sueños con su cuchillo de mentiras. Mi cuerpo se quedó inerte mientras mi padre ejercía sus movimientos. Apenas sentía nada y, en lugar de gritar o pedir ayuda, rezaba para que acabara de una vez el tormento de estar viviendo. No consiguió terminar lo que había empezado y se quedó dormido sobre mí; como si fuera una muñeca. Otra noche que no conseguí pegar ojo y menos con la mezcla de olores que desprendía mi padre. Alcohol y sudor. Supongo que así huele un prostíbulo, pues mi habitación parecía serlo.
Durante un mes se estuvo repitiendo el mismo suceso. Mi cuerpo ya no aguantaba más, no paraba de vomitar cada mañana y de llorar por cada rincón. Ya no me dejaba salir de casa, pues cada vez que nos encontrábamos por las noches en mi cuarto, él ya no estaba ebrio. Supongo que con el tiempo se acostumbró a verme como lugar donde relajarse y liberar tensiones. Era su muñeca hinchable: inerte y dispuesta a recibir sus agresiones cuando él quisiera. Lo que me diferenciaba de ese dichoso invento para degenerados era mi calor corporal, pues era lo único que no le podía aportar dicha muñeca. Sólo se me ocurría una solución para ser feliz.
A la noche siguiente, decidí que sería la última. Lo esperé desnuda y acostada en mi cama. Como siempre, se cerraba la puerta y le caían las llaves al suelo. Llegó a mi habitación y no parecía mostrar ningún rastro de alcohol. Al verme dispuesta a recibir sus deseos, comenzó a desnudarse efusivamente. Con todo su cuerpo preparado, se tumbó sobre mí y comenzó a realizar su ritual. Mientras lo hacía comenzaba a besarme por el cuello, creyendo que eso iba a amenizar el castigo que estaba viviendo. Algo parecía estar motivándolo para moverse con más energía y comenzó a moverse más rápido. Yo, dispuesta a terminar con esta situación, cogí el cuchillo que tenía guardado bajo mi almohada y se lo clavé en su cuello. Asustado, comenzó a desprender sangre de su cuello, como si de un aspersor se tratara, comenzó a teñir toda mi habitación de rojo. Se desplomó sobre mí y, a pesar de lo que había provocado, me sentí en paz.
Arranqué el cuchillo de su cuello y, sin pensarlo, comencé a cortar las venas de mi muñeca izquierda. Nada me había hecho tan feliz últimamente que sentir la sangre saliendo de mi brazo.
No podía echarle en cara nada a mi madre, pues yo había hecho lo mismo que ella, decidí pensar en mí y renunciar a lo que mi padre me había regalado. Con el último suspiro de mi alma decidí soltar la única lágrima de felicidad.
Sólo esperaba que allá donde fuera, pudiera encontrar los padres que nunca tuve y poder, finalmente, abrazarlos.
Sólo quería ser feliz.

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FRÍO

julio 25, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Me estoy muriendo de frío en tu espalda. Intento huir por tu costado pero no encuentro salida. He bailado todas tus tormentas para llover sin ti y me abandonaste a mi suerte sabiendo que volvería a ti.

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HERIDAS

julio 21, 2017 Orfeo 0 Opiniones

El tiempo desgasta hasta el propio tiempo. Las heridas reflejan que mi piel sigue teniendo tu necesidad.
Chubascos de sal y tez degradada. Cuanto más oscuro lo veo, peor me pongo de nuevo.
Me soltaste cuando más necesitaba aferrarme.

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META

julio 20, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Labios dulces y salados, guardas tras de ti, placeres jamás imaginados. Sediento de deseo, me provocas con tus tormentos. Emergen de ti, sentimientos aún por aflorar. Arcoiris, flor de luz, provocas en mí, la curva de la pasión. Perlas iluminadas y colchones de fresa, ¿qué no daría por cruzar esa meta?

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LUGAR

julio 15, 2017 Orfeo 0 Opiniones

El tiempo pone a cada uno en su lugar pero ¿quién decide cual es la posición de cada uno? ¿Acaso están escritas en nuestra psique las acciones buenas y malas?
No sé por donde empezar, no sé si algún día encontraré mi camino. Si algún día encuentro mi lugar ¿sabré por donde empezar?
Me parece mágico ver cómo las personas encuentran y se adaptan a su rol pero, yo, no sé si apenas tengo uno.
Quiero saber si mis acciones son buenas y cumplir así el proverbio.

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LUNA

julio 07, 2017 Orfeo 0 Opiniones

¿Cómo puedes estar tan cerca y a la vez tan lejos? ¿Cómo logras verme desde ahí arriba? Sabes dónde estoy en cualquier momento. Me observas estancada allí, en el olvido. Pocos se percatan de tu presencia y otros solo piensan en si saldrá, simultáneamente, el Sol contigo.

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RENUNCIO | VIDEO

julio 06, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Con el fin de llegar a todo tipo de público, he decidido adaptar el pensamiento de RENUNCIO al medio audiovisual. Espero que os guste,

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Capítulo 4

julio 04, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Esta razón proviene de otra amistad y, en esta ocasión, de origen masculino. Como veis, sólo he mencionado a un hombre, pero con matices amorosos. Aquí se trata de sólo eso, una amistad que, en un principio, parecía ser mi salvavidas y resultó ser otro verdugo.

               Esto ocurrió hace poco, pero os diré cómo se originó nuestra amistad. En tercero de la ESO nos daba a escoger una serie de materias optativas para orientar, supuestamente, nuestro futuro. Ese año estaba repitiendo ese mismo curso por lo que mis compañeros eran un año más pequeños que yo. Nos daban a elegir entre una materia de ciencias y otra de humanidades: Cultura Clásica. En efecto, llegó a ser mi asignatura favorita, pues me introdujo en el mundo del conocimiento clásico. Se había abierto ante mí un nuevo mundo, donde las leyendas y la cultura rompían las barreras que mi mente había creado en base a las personas de letras, pues yo, en un principio, no entendía por qué a la gente le maravillaba ese mundo. Así es: esa asignatura cambió mi forma de ser y redireccionó mi futuro: pasando de ciencias a letras.

             Como iba diciendo, en esa clase éramos cuatro personas de las cuales éramos solo dos hombres (bueno, por aquel entonces: niños). Esa persona que, sin imaginármelo, llegó a ser un buen compañero de mesa durante ese curso. Al siguiente año, en cuarto, él había escogido una optativa distinta, pues ya tenía pensado su futuro (relacionado con la economía). A pesar de estar en dos grupos distintos, coincidíamos en matemáticas, pues en ese año había dos clases: una para la gente que no tenía en mente coger esa materia en bachillerato y, otra, en la que la gente quería seguir por ese camino; nosotros​ pertenecíamos al primero.

           En esa clase hablábamos de nuestros intereses y conseguimos labrar una mejor relación. Fue en el primer año de bachillerato donde ambos grupos se unieron en una única clase, haciendo una mezcla de todas las modalidades de bachillerato. Él pertenecía al de Ciencias Sociales y yo, como bien sabéis, al de Letras. Coincidíamos en todas las asignaturas, menos en griego y latín. Pero sólo había una que nos permitía estar solos: Lengua Musical (Música), una asignatura que conseguías sacar un sobresaliente con saber tocar la flauta medianamente bien. En esas clases sólo ensayábamos las canciones que tocaríamos al final de curso con dicho instrumento, por lo que podíamos hablar sin ningún problema. Allí conseguimos ascender de compañero de mesa a amigos. En efecto, nos llevó dos años ser amigos de verdad: él me contaba sus problemas y yo lo escuchaba: pues los míos ya los escuchaba Tamara.

       Me hizo ver que era una persona sensible y abierta, dispuesta a encontrar una persona que lo quisiera por cómo era, pues, como todo el mundo, Diego tenía sus complejos y, el más importante: su estatura. Es cierto que, para ser un chaval de dieciséis años, su estatura estaba por debajo de la media. Yo lo entendía mejor que nadie, o eso creía, pues yo tampoco podía, ni puedo, presumir de la mía. Intentaba animarlo como mejor podía, pero, he de reconocer que ese no es mi talento; se me da mejor escuchar que animar.

     No había día en el que no me dijera que estaba siendo un gran apoyo para él y yo, no paraba de ilusionarme con que por fin había encontrado alguien que me complementaba.
Pero esas ilusiones, una vez más, no eran buenas. Mis ilusiones no estaban limitadas sólo a ser amigos, sino a algo más. Las clases de Música se habían convertido en momentos de charlas subidas de tono. No quería pensar que cada comentario que él realizaba fuera en serio, básicamente porque tenía novia, pero cada vez se me hacía más duro no creerlo.
Poco a poco, dejaron de ser charlas y comenzaron las acciones: comenzaba a tocarme la rodilla, haciéndole cosquillas y, cada clase que pasaba, la mano subía más y más. Yo, que ya sabéis cómo soy, decidí preguntarle si estaba haciendo todo lo que hacía con cabeza y en serio, él me respondió con un “sí” pero con un tono pícaro, es decir, que las ideas en mi cabeza se enredaban cada vez más.
Sus “bromas” no quedaron ahí; en una de las clases me preguntó si quería salir con él, vamos que si quería ser su novio. Mi rostro creo que manifestaba mi confusión y me soltó un: “¡es en serio, eh!”, pero con el mismo tono de picardía de siempre. Yo, siguiéndole el juego que creía que estaba jugando, afirmé a su petición como respuesta. Y a partir de ahí “bromeábamos” como si realmente lo fuéramos.
Reitero que yo quería creer que era una broma, pero, cada día que pasaba, tenía más ganas de que fuera real. Tal fue mi confusión que, en ocasiones, su rostro me mostraba la misma pasión que sentía yo. Supongo que todo como producto de mi imaginación que, como siempre, me jugaba malas pasadas.
Había terminado el primer curso de bachillerato y nosotros habíamos quedado varias veces en verano. He de reconocer que fuera de clase no me agradaban mucho sus comportamientos, pero eso no quitaba que me había abierto su corazón y me enseñara su verdadero ser. Nuestros planes se basaban en ir a andar, ir a la playa y sacar fotos. Faltaba esa esencia que nos unía en las clases. Ya nada parecía ser lo mismo. Cada vez que hablábamos por el sistema de comunicación de los cobardes, parecía que estaba hablando con otra persona distinta de la que me había hecho tantos planes de futuro.
Muchas veces creo ser un maníaco, obsesionado con encontrar el amor y, una vez parece que lo he encontrado, empiezo a construir castillos en el aire y a debatir en mi mente el nombre de mis futuros hijos.
Sé que el amor surge cuando menos te lo esperas y no hay que buscarlo, pero dentro de mí sentía la imperiosa necesidad de tener a alguien a quien amar y, desde Derek, parecía haberlo encontrado, aunque tuviera trastornos de bipolaridad conmigo.
Una vez acabado el verano, sólo habíamos quedado tres veces y, una de ellas, no lo había invitado yo. Me explico:
Yo había quedado con un amigo para ir a la playa; un plan perfecto: estar con uno de tus amigos más cercanos para desconectar de los problemas que la juventud nos estaba regalando, jugar con la pelota… todo perfecto, hasta que lo vi a él, al lado de mi amigo, en la playa. No sé cómo, pero se había enterado de mi plan de desconexión. Una vez allí, se fueron a pasear los dos solos porque yo, obviamente, me sentía incómodo.
Allí me quedé, plantado en la playa, con la única compañía de la toalla bajo mis pies. No me apetecía ni bañarme en el agua ni seguir allí, sólo quería irme y saber si él me echaría en falta. Tras una hora de meditar sobre lo que había pasado; allí venían ellos, desde la otra punta de la playa, babeando por los traseros de las mujeres que tenían delante. No apartaban la vista de sus nalgas y, la verdad, no sabía cómo ellas no se habían dado cuenta.
Cuando llegaron a las toallas no sé cómo, pero me contuve las ganas de decirle lo que pensaba a Diego e irme de la playa. Sólo quería decirle que todo lo bueno que veía en él, se estaba convirtiendo en maldad pura, en que ahora, en él, sólo veía malas acciones. Quise llorar, pero la parte de cordura llegó a mí y me hizo ver las cosas con claridad: sí, se había acoplado a mis planes y me había robado a mi amigo para observar juntos los cuerpos femeninos de la costa, pero no todo era tan malo, me hablaban todo el rato y empezaron a jugar conmigo a la pelota.
La presencia de Diego afectaba en Alejandro, el amigo con el que había acordado ir a la playa desde un principio. No sé cómo, pero de él salían actitudes que nunca había hecho cuando estábamos solos.
Era un hecho saber que estar con Diego contaminaba a todo el mundo y, la verdad, no sabía si ese efecto me salpicaba a mí también, por eso, cada vez que me sentía incómodo, quería separarme cuanto antes de él.
Volvieron a empezar las clases y, por tanto, segundo de Bachillerato, uno de los cursos de enseñanza no obligatoria más temido por el alumnado. Antes de empezar ya estaba preocupado por las dificultades que me iban a suponer dicho año.
Ahora puedo decir que ha sido uno de los más confusos de todos en los que he estudiado y no sólo por el estudio, sino también por las personas que han participado en él. No quiero profundizar mucho en este tema porque aún tengo que decir cosas del curso pasado, sobre todo de las personas que me ha dado y quitado.
Pero volviendo a este, Diego no paraba de actuar en mi vida, mandándome señales confusas. Un día me parecía la mejor persona de todas, otro la peor. Nunca una persona me había dado tanto en tan poco tiempo.
Os voy a contar uno de los mayores errores de mi vida (hasta el momento): me enamoré de él; sí llegué a ese punto de confundir los límites de la amistad con los del amor. Pero no fue un proceso inmediato, fue poco a poco, porque cada vez que veía algo bueno, me saltaban el doble de malas.
El sentimiento fue ganado poco a poco; pero se fue perdiendo paulatinamente con cada una de sus acciones. Dichos actos comenzaron a afectar a los que eran sus amigos. Se estaba volviendo una persona horrenda, cuya única motivación era tratar mal a todos y cada uno de ellos, incluyéndome a mí.
Ese año ya no teníamos Música, bueno, en realidad, yo sí, pero él había decidido escoger Ciencias de la Tierra, pues él creía que le subía la nota para lo que quería hacer, pero yo, al principio, creía que era por mí, que quería alejarse.
En cuanto al tema de sus amigos, yo lo dejaba pasar, pues creía que a mí no me incumbía. Eso creía hasta que un día me llegó un mensaje que convirtió a la aplicación de los cobardes en la aplicación de los afectados por Diego. Ese mensaje me decía: “¿Tú me quieres?”. Era un mensaje de su amigo, de los más íntimos, preguntándome si realmente nadie lo quería o había alguien que sí lo apreciara.
Creo que cualquier persona en mi situación le hubiera preguntado si iba en serio o si realmente estaba con sus amigos tomándome el pelo, él me contestó de tal manera que parecía como si estuviera al borde de un abismo. Estuve durante unas cuantas horas haciendo lo mismo que vosotros, escuchándolo, bueno, leyéndolo y tratando de consolar sus preocupaciones relacionadas con Diego. Resulta que, el que tenía mi corazón, en ese momento, en sus manos, le había dicho a una compañera, que había venido nueva ese mismo año, de nuestra clase que Gabriel estaba enamorado de ella. Esa información era verdadera y Gabri no estaba así por este motivo, sino que, el que era su amigo, se había mofado con toda la clase sobre los sentimientos que él tenía hacia ella. Incluso a ella le mandaba indirectas metiendo el dedo índice sobre un círculo que formaba con su otra mano. No os tengo que decir el significado de ese gesto ¿verdad?
Fue, a partir de ahí, cuando comenzó una actitud grotesca hacia todo el mundo. Incluso llegó a tener novia y me pidió si le podía escribir cosas bonitas para mandárselas. Obviamente a eso sí que le dije que no.
Si tengo que agradecerle algo, es que he descubierto a una persona con un corazón igual de grande que él (medía casi dos metros).
Poco a poco, se unían las personas de mi clase que me contaban las peripecias que estaba formando Diego y, entre ellos, estaba Alejandro. No sé si todos ellos creían que contándomelo a mí solucionarían algo, pero he de decir que, conociendo esos datos, mi corazón tomaba la forma de un boomerang que volvía hacia mí enfrentándose a las corrientes de viento que formaba poco a poco su nuevo dueño.
Gabriel seguía mal y yo, creyendo que lo suyo no era tan grave, decidí contarle lo que había sentido por su nuevo enemigo. Él, para mi sorpresa, reaccionó bien y decidió ayudarme a saber lo que podía hacer. Me animaba constantemente a contarle a Diego los sentimientos que tenía hacia él, pero yo sabía que no era buena idea.
Así lo hice, me armé de valor e intenté decírselo muchas veces en persona, pero siempre estaba ocupado. El único momento en el que estaba libre era por la red de los afectados por él que había vuelto a recibir el título de “la red de los cobardes”. Antes de decírselo, teniendo la novia que ya os había dicho, me suelta un “¿qué pasaría si me lanzo?”. De nuevo, me demostró el majestuoso don que tenía para dejarme con los ojos como platos.
Al día siguiente, teníamos una excursión a la universidad, para saber cómo funcionaba el sistema universitario y así no pillarnos de sorpresa al año siguiente. En el bus me hablaba con cierto resentimiento, pero unos minutos después comenzaba a actuar como las clases de Música de primero de bachillerato. Y cuando vio que no compartía sus acciones, me preguntó si estaba cómodo, haciendo referencia a la pregunta que me había hecho el día anterior. Le contesté que sí lo estaba, pero realmente no era así. A lo largo de la excursión me hablaba cariñosamente y, en otras ocasiones, me hablaba como si fuera otra persona.
Se lo conté a Gabriel y se quedó como yo. También sostenía la versión de que estaba tomándome el pelo. Estuve durando unas cuantas semanas igual, Gabri y yo seguíamos confusos. Llegamos a la conclusión de que tenía que cortar por lo sano y se lo conté y, como un buen cobarde, decidí utilizar la red de los cobardes.
Se lo conté y, una vez más, reaccionó como Gabriel. Me dijo que no, no sentía lo mismo que yo y que todo lo que había hecho, lo hacía pensando que ambos estábamos de broma. También me dijo que no pasaba nada y que podíamos seguir siendo amigos.
No os podéis llegar a imaginar la cara que se me había quedado al ver cómo el castillo que había construido se caía ladrillo a ladrillo delante de mis propios ojos.
Al día siguiente parecía que no había pasado nada, pero, cuando iba por los pasillos, intentó en dos ocasiones darme la mano, algo que no había hecho nunca y, después, me tocó mis nalgas. Ese día su actitud fue distinta a cualquier otro, parecía que la conversación del día anterior la hubiera tenido con otra persona.
Fue entonces cuando decidí dejar de intentar tener algo con él, tanto amistosa como amorosamente. Ya no quería saber nada de él y lo mismo hicieron sus antiguos amigos, cada uno con sus distintos motivos y, lo que me había pasado con Diego, solo lo sabía Gabriel.
Cristina sospechaba que algo me pasaba con él y decidí decirle que estaba viendo cosas que no me gustaban para nada. Ella pareció entenderlo y me ofrecía su apoyo incondicional, como siempre.
Pasó el tiempo y ya estábamos a finales de curso. Ni Gabriel ni yo hablábamos con él, el resto sólo hacía contestaciones secas. Llegó un momento en el que él comenzó a sospechar y me llegó un mensaje de la red que tanto he mencionado: era él, acusándome de ser yo quien había influenciado a sus amistades para no hablarle. Creo que me he explicado lo suficientemente bien como para que sepáis que sólo he intentado arreglar su situación con el resto de ellos, sin pensar en las consecuencias que tendría conmigo. Pues la resolución de la conversación se resume en que soy el causante de todo mal que ha hecho a sus amigos.
Y eso hizo, intentó hacer ver a todo el mundo que era yo el culpable, pero, afortunadamente, la gente ya sabía la situación real de todo lo que había pasado. Ya en verano, los primeros días de la estación, se reunió con Alejandro y otro amigo para intentar hablar las cosas.
Siempre he creído que estaban actuando mal, pues yo, desde el principio, le había dicho a Diego todo lo que pensaba e iba siempre de frente, mientras que ellos hacían lo mismo de lo que se quejaban que hacía él: iban hablando de Diego por las espaldas.
Pues de esa reunión, quedaron en que ya iban a ir hablando, es decir, que yo soy el único culpable de lo que estaba viviendo y, de hecho, les contó a ambos lo que había pasado entre nosotros, bueno, su versión. Contó que él, al rechazarme, yo me enfadé y decidí no hablarle más y hacerle la vida imposible. Faltó a su palabra cuando me juró no contárselo a nadie. En realidad, eso no me dolió, lo que sí me ha afectado es el hecho de saber que los secretos con él, no duran mucho, pues él me contaba los secretos de sus amigos, sin yo pedírselo.
Antes de la reunión, Cristina habló con Diego para intentar alegrarme, pues ella era perfectamente capaz de ver que esta situación me estaba doliendo. Ella le explicó detalladamente cómo hablarme para arreglarlo conmigo sin que yo me enterara de que Cris lo ayudara. Obviamente, hizo caso omiso.

Actualmente, he creído superarlo y él muestra pocos indicios de vida social. En efecto, intentó arreglarlo con sus amigos porque está solo y Gabriel se niega a hablar con Diego hasta que él no me pida perdón por contar mis sentimientos hacia él.

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FÉNIX

julio 04, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Hoy me siento nostálgico. No sé el motivo pero es, en este momento, cuando echo de menos ciertos momentos que pensé que había borrado de mi cabeza.
Cada día que pasa, veo cómo mi mente se vuelve más débil. Conforme pasan los minutos, nuevas ideas pasan por mí y alimentan el caos que llevo siempre conmigo, las veinticuatro horas del día.
Me parece increíble cómo un simple gesto puede cambiar tus pulsaciones y avivar las cenizas que creías haber enterrado en el olvido. Como el ave Fénix, siempre vuelve.
Quiero desaparecer, pues creo que es la única solución para desterrar de una vez por todas al pájaro.
¿Sabéis? Creía ser más fuerte de lo que yo decía. Me creía con el poder para soportar el tsunami que representaba la vida. Pero creo que es demasiado fuerte y yo no tengo la resistencia necesaria como para sobrellevar tal situación. Huir nunca ha sido una opción y hoy la estoy planteando.
¿En qué me estoy convirtiendo?

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