Capítulo 4

julio 04, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Esta razón proviene de otra amistad y, en esta ocasión, de origen masculino. Como veis, sólo he mencionado a un hombre, pero con matices amorosos. Aquí se trata de sólo eso, una amistad que, en un principio, parecía ser mi salvavidas y resultó ser otro verdugo.

               Esto ocurrió hace poco, pero os diré cómo se originó nuestra amistad. En tercero de la ESO nos daba a escoger una serie de materias optativas para orientar, supuestamente, nuestro futuro. Ese año estaba repitiendo ese mismo curso por lo que mis compañeros eran un año más pequeños que yo. Nos daban a elegir entre una materia de ciencias y otra de humanidades: Cultura Clásica. En efecto, llegó a ser mi asignatura favorita, pues me introdujo en el mundo del conocimiento clásico. Se había abierto ante mí un nuevo mundo, donde las leyendas y la cultura rompían las barreras que mi mente había creado en base a las personas de letras, pues yo, en un principio, no entendía por qué a la gente le maravillaba ese mundo. Así es: esa asignatura cambió mi forma de ser y redireccionó mi futuro: pasando de ciencias a letras.

             Como iba diciendo, en esa clase éramos cuatro personas de las cuales éramos solo dos hombres (bueno, por aquel entonces: niños). Esa persona que, sin imaginármelo, llegó a ser un buen compañero de mesa durante ese curso. Al siguiente año, en cuarto, él había escogido una optativa distinta, pues ya tenía pensado su futuro (relacionado con la economía). A pesar de estar en dos grupos distintos, coincidíamos en matemáticas, pues en ese año había dos clases: una para la gente que no tenía en mente coger esa materia en bachillerato y, otra, en la que la gente quería seguir por ese camino; nosotros​ pertenecíamos al primero.

           En esa clase hablábamos de nuestros intereses y conseguimos labrar una mejor relación. Fue en el primer año de bachillerato donde ambos grupos se unieron en una única clase, haciendo una mezcla de todas las modalidades de bachillerato. Él pertenecía al de Ciencias Sociales y yo, como bien sabéis, al de Letras. Coincidíamos en todas las asignaturas, menos en griego y latín. Pero sólo había una que nos permitía estar solos: Lengua Musical (Música), una asignatura que conseguías sacar un sobresaliente con saber tocar la flauta medianamente bien. En esas clases sólo ensayábamos las canciones que tocaríamos al final de curso con dicho instrumento, por lo que podíamos hablar sin ningún problema. Allí conseguimos ascender de compañero de mesa a amigos. En efecto, nos llevó dos años ser amigos de verdad: él me contaba sus problemas y yo lo escuchaba: pues los míos ya los escuchaba Tamara.

       Me hizo ver que era una persona sensible y abierta, dispuesta a encontrar una persona que lo quisiera por cómo era, pues, como todo el mundo, Diego tenía sus complejos y, el más importante: su estatura. Es cierto que, para ser un chaval de dieciséis años, su estatura estaba por debajo de la media. Yo lo entendía mejor que nadie, o eso creía, pues yo tampoco podía, ni puedo, presumir de la mía. Intentaba animarlo como mejor podía, pero, he de reconocer que ese no es mi talento; se me da mejor escuchar que animar.

     No había día en el que no me dijera que estaba siendo un gran apoyo para él y yo, no paraba de ilusionarme con que por fin había encontrado alguien que me complementaba.
Pero esas ilusiones, una vez más, no eran buenas. Mis ilusiones no estaban limitadas sólo a ser amigos, sino a algo más. Las clases de Música se habían convertido en momentos de charlas subidas de tono. No quería pensar que cada comentario que él realizaba fuera en serio, básicamente porque tenía novia, pero cada vez se me hacía más duro no creerlo.
Poco a poco, dejaron de ser charlas y comenzaron las acciones: comenzaba a tocarme la rodilla, haciéndole cosquillas y, cada clase que pasaba, la mano subía más y más. Yo, que ya sabéis cómo soy, decidí preguntarle si estaba haciendo todo lo que hacía con cabeza y en serio, él me respondió con un “sí” pero con un tono pícaro, es decir, que las ideas en mi cabeza se enredaban cada vez más.
Sus “bromas” no quedaron ahí; en una de las clases me preguntó si quería salir con él, vamos que si quería ser su novio. Mi rostro creo que manifestaba mi confusión y me soltó un: “¡es en serio, eh!”, pero con el mismo tono de picardía de siempre. Yo, siguiéndole el juego que creía que estaba jugando, afirmé a su petición como respuesta. Y a partir de ahí “bromeábamos” como si realmente lo fuéramos.
Reitero que yo quería creer que era una broma, pero, cada día que pasaba, tenía más ganas de que fuera real. Tal fue mi confusión que, en ocasiones, su rostro me mostraba la misma pasión que sentía yo. Supongo que todo como producto de mi imaginación que, como siempre, me jugaba malas pasadas.
Había terminado el primer curso de bachillerato y nosotros habíamos quedado varias veces en verano. He de reconocer que fuera de clase no me agradaban mucho sus comportamientos, pero eso no quitaba que me había abierto su corazón y me enseñara su verdadero ser. Nuestros planes se basaban en ir a andar, ir a la playa y sacar fotos. Faltaba esa esencia que nos unía en las clases. Ya nada parecía ser lo mismo. Cada vez que hablábamos por el sistema de comunicación de los cobardes, parecía que estaba hablando con otra persona distinta de la que me había hecho tantos planes de futuro.
Muchas veces creo ser un maníaco, obsesionado con encontrar el amor y, una vez parece que lo he encontrado, empiezo a construir castillos en el aire y a debatir en mi mente el nombre de mis futuros hijos.
Sé que el amor surge cuando menos te lo esperas y no hay que buscarlo, pero dentro de mí sentía la imperiosa necesidad de tener a alguien a quien amar y, desde Derek, parecía haberlo encontrado, aunque tuviera trastornos de bipolaridad conmigo.
Una vez acabado el verano, sólo habíamos quedado tres veces y, una de ellas, no lo había invitado yo. Me explico:
Yo había quedado con un amigo para ir a la playa; un plan perfecto: estar con uno de tus amigos más cercanos para desconectar de los problemas que la juventud nos estaba regalando, jugar con la pelota… todo perfecto, hasta que lo vi a él, al lado de mi amigo, en la playa. No sé cómo, pero se había enterado de mi plan de desconexión. Una vez allí, se fueron a pasear los dos solos porque yo, obviamente, me sentía incómodo.
Allí me quedé, plantado en la playa, con la única compañía de la toalla bajo mis pies. No me apetecía ni bañarme en el agua ni seguir allí, sólo quería irme y saber si él me echaría en falta. Tras una hora de meditar sobre lo que había pasado; allí venían ellos, desde la otra punta de la playa, babeando por los traseros de las mujeres que tenían delante. No apartaban la vista de sus nalgas y, la verdad, no sabía cómo ellas no se habían dado cuenta.
Cuando llegaron a las toallas no sé cómo, pero me contuve las ganas de decirle lo que pensaba a Diego e irme de la playa. Sólo quería decirle que todo lo bueno que veía en él, se estaba convirtiendo en maldad pura, en que ahora, en él, sólo veía malas acciones. Quise llorar, pero la parte de cordura llegó a mí y me hizo ver las cosas con claridad: sí, se había acoplado a mis planes y me había robado a mi amigo para observar juntos los cuerpos femeninos de la costa, pero no todo era tan malo, me hablaban todo el rato y empezaron a jugar conmigo a la pelota.
La presencia de Diego afectaba en Alejandro, el amigo con el que había acordado ir a la playa desde un principio. No sé cómo, pero de él salían actitudes que nunca había hecho cuando estábamos solos.
Era un hecho saber que estar con Diego contaminaba a todo el mundo y, la verdad, no sabía si ese efecto me salpicaba a mí también, por eso, cada vez que me sentía incómodo, quería separarme cuanto antes de él.
Volvieron a empezar las clases y, por tanto, segundo de Bachillerato, uno de los cursos de enseñanza no obligatoria más temido por el alumnado. Antes de empezar ya estaba preocupado por las dificultades que me iban a suponer dicho año.
Ahora puedo decir que ha sido uno de los más confusos de todos en los que he estudiado y no sólo por el estudio, sino también por las personas que han participado en él. No quiero profundizar mucho en este tema porque aún tengo que decir cosas del curso pasado, sobre todo de las personas que me ha dado y quitado.
Pero volviendo a este, Diego no paraba de actuar en mi vida, mandándome señales confusas. Un día me parecía la mejor persona de todas, otro la peor. Nunca una persona me había dado tanto en tan poco tiempo.
Os voy a contar uno de los mayores errores de mi vida (hasta el momento): me enamoré de él; sí llegué a ese punto de confundir los límites de la amistad con los del amor. Pero no fue un proceso inmediato, fue poco a poco, porque cada vez que veía algo bueno, me saltaban el doble de malas.
El sentimiento fue ganado poco a poco; pero se fue perdiendo paulatinamente con cada una de sus acciones. Dichos actos comenzaron a afectar a los que eran sus amigos. Se estaba volviendo una persona horrenda, cuya única motivación era tratar mal a todos y cada uno de ellos, incluyéndome a mí.
Ese año ya no teníamos Música, bueno, en realidad, yo sí, pero él había decidido escoger Ciencias de la Tierra, pues él creía que le subía la nota para lo que quería hacer, pero yo, al principio, creía que era por mí, que quería alejarse.
En cuanto al tema de sus amigos, yo lo dejaba pasar, pues creía que a mí no me incumbía. Eso creía hasta que un día me llegó un mensaje que convirtió a la aplicación de los cobardes en la aplicación de los afectados por Diego. Ese mensaje me decía: “¿Tú me quieres?”. Era un mensaje de su amigo, de los más íntimos, preguntándome si realmente nadie lo quería o había alguien que sí lo apreciara.
Creo que cualquier persona en mi situación le hubiera preguntado si iba en serio o si realmente estaba con sus amigos tomándome el pelo, él me contestó de tal manera que parecía como si estuviera al borde de un abismo. Estuve durante unas cuantas horas haciendo lo mismo que vosotros, escuchándolo, bueno, leyéndolo y tratando de consolar sus preocupaciones relacionadas con Diego. Resulta que, el que tenía mi corazón, en ese momento, en sus manos, le había dicho a una compañera, que había venido nueva ese mismo año, de nuestra clase que Gabriel estaba enamorado de ella. Esa información era verdadera y Gabri no estaba así por este motivo, sino que, el que era su amigo, se había mofado con toda la clase sobre los sentimientos que él tenía hacia ella. Incluso a ella le mandaba indirectas metiendo el dedo índice sobre un círculo que formaba con su otra mano. No os tengo que decir el significado de ese gesto ¿verdad?
Fue, a partir de ahí, cuando comenzó una actitud grotesca hacia todo el mundo. Incluso llegó a tener novia y me pidió si le podía escribir cosas bonitas para mandárselas. Obviamente a eso sí que le dije que no.
Si tengo que agradecerle algo, es que he descubierto a una persona con un corazón igual de grande que él (medía casi dos metros).
Poco a poco, se unían las personas de mi clase que me contaban las peripecias que estaba formando Diego y, entre ellos, estaba Alejandro. No sé si todos ellos creían que contándomelo a mí solucionarían algo, pero he de decir que, conociendo esos datos, mi corazón tomaba la forma de un boomerang que volvía hacia mí enfrentándose a las corrientes de viento que formaba poco a poco su nuevo dueño.
Gabriel seguía mal y yo, creyendo que lo suyo no era tan grave, decidí contarle lo que había sentido por su nuevo enemigo. Él, para mi sorpresa, reaccionó bien y decidió ayudarme a saber lo que podía hacer. Me animaba constantemente a contarle a Diego los sentimientos que tenía hacia él, pero yo sabía que no era buena idea.
Así lo hice, me armé de valor e intenté decírselo muchas veces en persona, pero siempre estaba ocupado. El único momento en el que estaba libre era por la red de los afectados por él que había vuelto a recibir el título de “la red de los cobardes”. Antes de decírselo, teniendo la novia que ya os había dicho, me suelta un “¿qué pasaría si me lanzo?”. De nuevo, me demostró el majestuoso don que tenía para dejarme con los ojos como platos.
Al día siguiente, teníamos una excursión a la universidad, para saber cómo funcionaba el sistema universitario y así no pillarnos de sorpresa al año siguiente. En el bus me hablaba con cierto resentimiento, pero unos minutos después comenzaba a actuar como las clases de Música de primero de bachillerato. Y cuando vio que no compartía sus acciones, me preguntó si estaba cómodo, haciendo referencia a la pregunta que me había hecho el día anterior. Le contesté que sí lo estaba, pero realmente no era así. A lo largo de la excursión me hablaba cariñosamente y, en otras ocasiones, me hablaba como si fuera otra persona.
Se lo conté a Gabriel y se quedó como yo. También sostenía la versión de que estaba tomándome el pelo. Estuve durando unas cuantas semanas igual, Gabri y yo seguíamos confusos. Llegamos a la conclusión de que tenía que cortar por lo sano y se lo conté y, como un buen cobarde, decidí utilizar la red de los cobardes.
Se lo conté y, una vez más, reaccionó como Gabriel. Me dijo que no, no sentía lo mismo que yo y que todo lo que había hecho, lo hacía pensando que ambos estábamos de broma. También me dijo que no pasaba nada y que podíamos seguir siendo amigos.
No os podéis llegar a imaginar la cara que se me había quedado al ver cómo el castillo que había construido se caía ladrillo a ladrillo delante de mis propios ojos.
Al día siguiente parecía que no había pasado nada, pero, cuando iba por los pasillos, intentó en dos ocasiones darme la mano, algo que no había hecho nunca y, después, me tocó mis nalgas. Ese día su actitud fue distinta a cualquier otro, parecía que la conversación del día anterior la hubiera tenido con otra persona.
Fue entonces cuando decidí dejar de intentar tener algo con él, tanto amistosa como amorosamente. Ya no quería saber nada de él y lo mismo hicieron sus antiguos amigos, cada uno con sus distintos motivos y, lo que me había pasado con Diego, solo lo sabía Gabriel.
Cristina sospechaba que algo me pasaba con él y decidí decirle que estaba viendo cosas que no me gustaban para nada. Ella pareció entenderlo y me ofrecía su apoyo incondicional, como siempre.
Pasó el tiempo y ya estábamos a finales de curso. Ni Gabriel ni yo hablábamos con él, el resto sólo hacía contestaciones secas. Llegó un momento en el que él comenzó a sospechar y me llegó un mensaje de la red que tanto he mencionado: era él, acusándome de ser yo quien había influenciado a sus amistades para no hablarle. Creo que me he explicado lo suficientemente bien como para que sepáis que sólo he intentado arreglar su situación con el resto de ellos, sin pensar en las consecuencias que tendría conmigo. Pues la resolución de la conversación se resume en que soy el causante de todo mal que ha hecho a sus amigos.
Y eso hizo, intentó hacer ver a todo el mundo que era yo el culpable, pero, afortunadamente, la gente ya sabía la situación real de todo lo que había pasado. Ya en verano, los primeros días de la estación, se reunió con Alejandro y otro amigo para intentar hablar las cosas.
Siempre he creído que estaban actuando mal, pues yo, desde el principio, le había dicho a Diego todo lo que pensaba e iba siempre de frente, mientras que ellos hacían lo mismo de lo que se quejaban que hacía él: iban hablando de Diego por las espaldas.
Pues de esa reunión, quedaron en que ya iban a ir hablando, es decir, que yo soy el único culpable de lo que estaba viviendo y, de hecho, les contó a ambos lo que había pasado entre nosotros, bueno, su versión. Contó que él, al rechazarme, yo me enfadé y decidí no hablarle más y hacerle la vida imposible. Faltó a su palabra cuando me juró no contárselo a nadie. En realidad, eso no me dolió, lo que sí me ha afectado es el hecho de saber que los secretos con él, no duran mucho, pues él me contaba los secretos de sus amigos, sin yo pedírselo.
Antes de la reunión, Cristina habló con Diego para intentar alegrarme, pues ella era perfectamente capaz de ver que esta situación me estaba doliendo. Ella le explicó detalladamente cómo hablarme para arreglarlo conmigo sin que yo me enterara de que Cris lo ayudara. Obviamente, hizo caso omiso.

Actualmente, he creído superarlo y él muestra pocos indicios de vida social. En efecto, intentó arreglarlo con sus amigos porque está solo y Gabriel se niega a hablar con Diego hasta que él no me pida perdón por contar mis sentimientos hacia él.

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