Capítulo 3

agosto 31, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Allí estaba, parada en medio del pasillo de Nix y lo que creía que era Érebro. Todos los pasillos eran iguales, pero después de que Elisa me dijera la caracterización de cada ala, me había dado cuenta de que los pasillos de Nix y Érebro eran negros. No sabía el motivo, pero lo que sí tenía claro era que tenía que entrar dentro y el temor a no saber qué me esperaba al otro lado me impedía entrar. Me armé de valor y abrí la puerta.
En el interior, todo era diferente, parecía que hubiera entrado en otra dimensión. El cuarto parecía el lugar donde un psiquiatra ejerciera sus charlas. Había butacas de cuero, librerías y muchos cuadros clásicos, entre ellos La Nuit o El nacimiento de Venus. Me sentía cómoda. Había algo dentro de mí que me decía que ese era mi lugar, que había nacido para estar allí. Comencé a pasear por la habitación y todos los libros trataban sobre el mundo clásico o bien sobre la literatura española del siglo XVII. Me estaba enamorando de ese sitio y, justo cuando iba a elegir un libro, suena un timbre y, por consiguiente, el megáfono con la voz de Elisa:
-          Atención al ala derecha, son las seis de la mañana. Por favor, pueden volver a sus domicilios. Repito: Son las seis de la mañana. Les comunico al ala derecha que vuelvan a sus hogares. Gracias.
No podía creer que hubiera pasado toda la noche allí. El tiempo se me había pasado volando y, como no sabía qué hacer, decidí quedarme un poco más para investigar qué novelas estaban rodeándome. Al pasar media hora tras el comunicado de Elisa, escuché el taconeo aproximándose a mí. De pronto, oí cómo mi puerta se abría poco a poco.
-          ¿Se puede saber qué haces aquí? — Me dijo Elisa con un rostro totalmente nuevo para mí. Esta vez parecía cabreada. — ¿Acaso no me has oído por el megáfono? Tienes que volver a tu casa.
-          Perdona, me he entretenido. Enseguida me voy.
La rubia se quedó parada en la puerta, para asegurarse de mi ida. Cogí mi gabardina y me fui corriendo a casa. Ya en el vestíbulo, entraba un montón de gente hacia la zona blanca del edificio. Como si estuvieran programados para acceder a esa hora a sus respectivos lugares. Al salir del lugar, vi como un hombre vestido de rojo, me esperaba frente al lugar donde estacioné mi vehículo.
-          Buenos días señorita Leden, soy Víctor, su asistente personal. — Era un joven apuesto, tal y como lo describiría Lorca en su Romancero gitano. Su voz era fuerte y varonil, digno de admirar en mi novela.
-          Buenos días, Víctor. Pues encantada de conocerte — y tanto que lo estaba — me gustaría saber cuándo debería volver al trabajo.
-          Claro. Su horario, al estar en el ala derecha, es de doce de la noche hasta las seis de la mañana.
-          Muchas gracias. Nos vemos esta noche.
Me subí en el coche y me dispuse a ir a mi casa. De camino, paré a reflexionar sobre lo que me había pasado: resulta que llego a un lugar remoto situado en la otra punta de la ciudad en una hora bastante tardía, la entrevista que he tenido con mi jefe ha sido un intento de imitar la novela de E.L. James y, para colmo, tengo un asistente personal muy atractivo que estaría dispuesto a limpiarme los pies con su lengua si yo se lo pidiera. Una noche de locos. Sería esa noche en la que empezaría a trabajar en algo que todavía no sé.
Llegué a mi casa y me dispuse a tumbarme en la cama. Preparé el despertador para las ocho de la tarde. La verdad es que esa fue una de las noches en las que mejor descansé durante esos últimos meses. Incluso, esa misma noche, soñé con el joven de rasgos nórdicos que estaba en la biblioteca.
Al sonar el despertador, me desperté fresca como una rosa. Me di una ducha rápida y comencé a hacerme la cena para aguantar toda la noche, pues no recordaba si había alguna máquina de café en el edificio. Para cuando me quise dar cuenta, miré en el reloj y vi que reflejaba las 22:59 p.m. e ir a mi trabajo me llevaba casi una hora. Fui corriendo a por mí gabardina, cogí las llaves del coche y me monté en él. De camino, no podía parar de pensar en qué consistía mi trabajo. Al llegar, tenía a Víctor esperando en la puerta. Dejé el coche aparcado en doble fila y le hice el gesto para indicarle que me lo aparcara. Vino corriendo, le tiré las llaves por el aire mientras iba corriendo a Nix.
Por el pasillo me encontré con personas que parecían ser normales, algo bastante raro allí dentro. Abrí la puerta y ya no estaba sola. En el fondo izquierdo de lo que creía mi despacho había siete sillas colocadas en forma de círculo. Creo que mi cara reflejaba lo que pensaba, algo como: “¿Quiénes son estas personas y por qué esas sillas no estaban ayer?”. Cerré la puerta pensando en que me había equivocado de habitación, pero realmente era difícil confundirse, pues sólo había seis puertas en la primera planta. Cuando comprobé que sí era Nix fui corriendo para buscar a Elisa. La encontré frente al despacho de Don Juan.
-          ¡Elisa! — Le grité desde la esquina de mi despacho.
-          ¿Qué ocurre?
-          Hay un montón de personas dentro de Nix. No sé qué hacer.
-          Ah, no te preocupes mujer. Tu trabajo consiste en calmar las ganas de tener sexo irrefrenable que tienen los jóvenes.
-          ¿¡Qué!? ¿¡Por qué me entero hoy de esto!? — Perdí los papeles.
-          Tranquila, seguro que lo harás bien. Piensa que es como alcohólicos anónimos, pero cambiándole la temática y el nombre.
-          En que lío me he metido.
-          Anda, ve y luego me cuentas.
Fui con paso firme a mi despacho, procurando no aparentar ser una bibliotecaria, virgen que va a impartir clases de cómo no tener sexo. Llegué a mi despacho, abrí la puerta y quise aparentar ser una profesional.
-          Buenos días chicos y chicas. — Me senté en una de las dos sillas que habían dejado libre que, casualmente o no, una estaba situada justo en el medio de todos ellos.
-          ¿Y tú quién eres? — Dijo un chico al estilo emo. — ¿Sustituyes a María?
-          ¿María? No sé quién es. —Le respondí con risa nerviosa.
-          Nuestra quinta couch, hasta que la pillaron manteniendo relaciones sexuales con Tomás.
-          ¿Tomás? Bueno, sí, soy la nueva, por eso vamos a empezar por lo fácil. Yo me llamo Leden. Decidme, uno a uno, vuestro nombre.
-          ¿Leden? ¿Qué clase de nombre es ese? — Dijo uno de los chavales que parecía sacado del programa “Hermano Mayor”, con cadenas y pendientes de oro, además de un tatuaje en su mano, que parecía tener escrito “Jesús”.
-          Pues un nombre poco común ¿¡qué más da Sergio!? — Dijo una joven con el pelo rizado y que parecía tener un rostro angelical.
-          No os preocupéis. Venga, decidme vuestros nombres. — Intenté poner orden entre los jóvenes.
Comenzaron a decirme sus nombres, pero a los dos minutos ya no me acordaba de ninguno. Como parecía que ellos sabían más de mi trabajo que yo, decidí preguntarles en qué consistía mi oficio. Me habían hablado todos a la vez y, por más que intentaba mantener un orden, hacían caso omiso. Lo único que me había quedado claro, dentro de esa hecatombe de palabras sin sentido, era que yo estaba siendo la nueva encargada de guiar a un grupo de jóvenes adictos al sexo.
-          Si un hombre o una mujer estándar piensa en tener sexo dos o tres veces al día, a nosotros se nos viene a la cabeza unas diez o quince veces. Muchas han intentado calmar nuestros deseos, pero lo único que han conseguido ha sido aumentar nuestras ganas. — Me había dicho la joven con rostro angelical.
Había sonado el timbre y los chavales se levantaron para ir al baño o, simplemente, a mirar mi librería. Suponía que era el descanso, pues ya habían pasado dos horas desde mi entrada al turno. Yo me había quedado en mi silla, meditando sobre lo que me habían dicho y debatiendo, en mis adentros, si era la persona idónea para el trabajo, pues me identificaba bastante con el grupo. Quise seguir, pues el trabajo era una terapia para mí también. Mi intención era que, una vez acabaran las sesiones de todas las noches, tenían que salir pensando cada vez menos en mantener relaciones sexuales.
Cuando estaba apuntando mi libreta los nombres de los componentes del grupo, se me acercó una joven que, hasta el momento, sólo me había dicho su nombre que, obviamente, no recordaba.
-          Ho… hola. — Me dijo tartamudeando. — Quería pedirle un favor.
-          Dime y, por favor, no me trates de usted. Me haces mucho más mayor. — Le solté una pequeña sonrisa para que supiera que estaba bromeando y así perdiera la vergüenza.
-          Está bien, perdone… ¡Perdona, perdona! — Me reí. — Verás, Leden, según nos había dicho Elisa, has estudiado algo de Historia.
-          Sí, así es. — No me hubiera imaginado que Elisa les había hablado de mí.
-          ¿Podrías contarnos, en alguna ocasión, algo de mitología clásica? — No me había mirado a los ojos mientras me había hecho esa pregunta.
-          Claro, adoro los mitos, lo haré encantada. Dime, ¿por qué estáis tan interesados en las historias mitológicas?
-          Es que, por lo que tengo entendido, los dioses lo hacían muchas veces con los humanos sin que ellos lo supieran.
-          Ah. — Todas las ilusiones que me había hecho, bajaron al suelo. — Pues ya pensaré qué contaros.
-          Gracias, Leden. — Volvió con su grupo.
Cuando sonó, de nuevo, el timbre, los jóvenes volvieron a sus puestos originales. Esperé a que se sentaran todos y vi que mantenían un orden perfecto y que, también, eran cordiales los unos con los otros.
-          Bien, ahora que estamos todos colocados… — Alguien llamó a la puerta. — Adelante.
Después de mi intervención, me quedé atónita, pues cruzaba aquella persona que creí no volver a ver en mi vida. La principal inspiración de mi novela entraba por la puerta, con sus pronunciados rasgos clásicos me estaba mirando mientras ocupaba la silla que quedaba vacía.
-          Perdona el retraso, el transporte público me dejó tirado y me he visto en la obligación de venir andando. — Sus ojos, azules como el mar, me habían hipnotizado y de mi boca no salía nada más que pequeños gemidos que exteriorizaba mi cuerpo. Sus músculos comenzaron a ser el principal foco de atención. — No se volverá a repetir.
-          No… No te preocupes.
Durante la charla, procuré no mirar para él. Era una tarea casi imposible, pues su frente producía un brillo peculiar debido al sudor que había generado al venir corriendo para Nix. Era ese mismo sudor el que hacía que su camiseta sin mangas se pegara a sus abdominales perfectamente definidos.
-          Bien, Sergio — Era del único nombre que me acordaba. — cuéntanos a todos cómo usas tu tiempo libre.
-          Me gusta dedicarme cien por cien a mi trabajo.
-          ¡Eso está muy bien! ¿A qué te dedicas?
-          Sí, Sergio, cuéntale a qué te dedicas. — Dijo otro joven, con el pelo rapado y con una sonrisa pícara en su cara.
-          Me dedico al porno. — Dijo mirando a la alfombra que nos rodeaba.
-          Ah, no pasa nada. El cine para adultos es un trabajo como otro cualquiera. Puede que no sea el mejor trabajo para evadirte del deseo sexual, pero está bien.
-          Grabo diez escenas al día y, cuando llego a casa, sigo con ganas de sexo. E incluso miro mis propias películas.
-          Di que sí, cuéntale en que se basan tus películas. Tienen un argumento muy profundo. — Volvió a decir el mismo joven de antes. — Mis favoritas son Don Cipote de la Mancha e, incluso, Eduardo Manospajeras.
-          Pues ya te sabes algunas. — Dijo la joven apasionada por el mundo mitológico.
-          ¡Chicos, ya basta! — Grité con la intención de hacerlos callar. — El fin de este grupo es conseguir frenar vuestro instinto sexual, no convertiros en armas de destrucción alimentadas por el ansia de tener sexo.
-          Tienes razón, Leden. — Dijo la joven. — Es esta tensión la que nos evoca al descontrol.
-          Sí, puede que nos hayamos perdido un poco. — Dijo el actor porno.
-          Muy bien, vamos a ver…
-          Oiga. — Me interrumpió el alumno más atractivo de todos. — Usted me suena de algo.
-          Sí, de tus pajas. Venga Rubén, ¿cómo ibas a verla antes? — Intervino el joven con problemas de masturbación compulsiva.
-          Paco, lo digo en serio. — Se quedó con la mirada fija a él durante unos segundos. — Pero tienes razón, son todo imaginaciones mías.

El resto de la hora fue dedicado a limpiar las mentalidades de los jóvenes o, por lo menos, intentarlo. Justo cuando iba a tocar la campana, conforme acaba mi jornada, alguien llamó a la puerta.

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ROTO

agosto 28, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Me convierto en polvo una vez más. Perdido en la misma rutina que creía haber dejado atrás. A un sólo error de acertar, te he vuelto a fallar. Digo adiós a lo que creía ser la luz para saludar y abrazar, de nuevo, a la penumbra.

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Capítulo 2

agosto 23, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Dudé mucho sobre qué hacer, no sabía en qué líos me podía meter si aceptaba esa invitación tan extraña. Ni Google era capaz de decirme ningún tipo de información sobre ese lugar. Estaba claro que no estaba en condiciones para elegir el trabajo de mis sueños; mi corazón me pedía no acercarme a ese sitio, pero mi cerebro me pedía no morir de hambre, así que lo decidí: cogí el coche y preparé el GPS para que me guiara a ese lugar.

Durante el camino pensé de todo: que si eran una banda de narcotraficantes que sólo estaban interesados en mis órganos o bien un prostíbulo que me solicitaba para cubrir la baja de una de sus “chicas de compañía”. La noche no me ayudaba a pensar, estaba lloviendo a mares y el depósito de gasolina estaba pidiendo una buena ingesta.

“Ha llegado a su destino”. Esa fue la señal que prendió mi alma en llamas. En efecto, había llegado al lugar donde mis pulsaciones no bajaban de ciento veinte. Era un edificio de unas tres plantas aproximadamente. Las paredes estaban cubiertas por cristales opacos, es decir, que, si habían decidido matarme a sangre fría dentro de ese lugar, nadie podría saberlo en unos días. Bajé del coche y fui corriendo a la puerta para evitar que la lluvia diera una imagen equívoca de mí. Por suerte, la parte exterior contaba con una cornisa que, a duras penas, me resguardaba de la lluvia. Me situé en frente a la puerta y me armé de valor para llamar al timbre. Con la velocidad que estaban tomando mis pulsaciones no me había percatado de que, encima de ese mismo timbre, había una placa que ponía algo que no me dio tiempo a leer, pues me habían abierto la puerta bruscamente.

Detrás de esa puerta me recibía una mujer de similar edad a la mía. Era rubia y su blanca sonrisa radiaba cualquier ojo humano.

-          ¡Hola! — Me saludó eufórica. — Tú debes de ser Leden. Bienvenida, sígueme.

No me había dejado ni confirmar mi identidad y ya me estaba invitando a seguirla. La cosa no pintaba bien, pero las condiciones que me rodeaban me hacían olvidar la situación en la que estaba viviendo. El interior estaba decorado con muebles de la tonalidad en blanco y negro. No había ni un solo elemento que tuviera otro color. En los pasillos por los que caminábamos, solo se escuchaban los tacones de la rubia cañón. La verdad es que sus características eran dignas de plasmar en un nuevo personaje para mi novela.

No dejábamos de caminar por los pasillos, parecían ser ilimitados. Algo dentro de mí estaba deseando dar media vuelta e irse corriendo, pero sabía que no podía marchar sin descubrir tanto misterio que se estaba expandiendo por mis adentros.

De pronto, la rubia se paró frente a una puerta de grandes proporciones. Era el único elemento de color rojo que, con poca sutileza, conseguía llamar la atención de cualquier objeto situado en la primera planta.

-          Es aquí, te dejo con el director. — De nuevo, su sonrisa me había cegado. — Mucha suerte.
-          Gracias. — Contesté rápidamente con temor a que mis pulsaciones me hicieran expulsar el corazón por la boca.

Abrí la puerta mientras el sonido de los tacones se alejaba. Justo al otro lado no parecía haber nadie. Entré cautelosa y, al ver unos sillones aterciopelados al fondo de la habitación, decidí esperarlo allí. Justo al cerrar la puerta, noté una presencia, como si algo estuviera esperando a que la cerrara.

-          ¡Bu! — Me hizo saltar del susto. — Jajajaja. Tenías que haber visto la cara que has puesto — decía mientras se reía. — Toma asiento, querida.
-          Oiga, casi… casi me mata del susto. — Le dije con el fin de recibir una disculpa, pero no la tuve.
-          Bien. — Nos sentamos en los sillones. — ¿Qué te parece? — Me preguntó señalando todo lo que le rodeaba.
-          La verdad es que tiene un despacho muy bien decorado señor….
-          Juan. Me llamo Juan.
-          Encantada. Mire, le voy a ser sincera; no tengo ni idea de qué hago aquí ni tampoco sé que clase de lugar es este. Vine porque…
-          Shhh shhh. No te apures querida. — Cambió de sillón para situarse en la segunda plaza del mío. — Me gusta darle una cálida bienvenida a todas las empleadas que llegan nuevas.
-          Mire, — su acercamiento me estaba poniendo bastante incómoda. — sólo quiero saber en qué consistiría mi trabajo para, más tarde, deliberar en mi casa si me merece la pena o no.
Tras mi intervención, comenzó a besarme. Me quedé congelada y mi cuerpo no respondía. Sus besos se deslizaban por mi cuello, dejándose caer en mi escote.
-          Oiga, Juan, no sé quién cree que soy, pero le juro que esto no es otra cosa más que un mal…
-          Shhh, sólo déjate llevar.

Comenzó a desabrochar mi camisa de rayas y su recorrido de besos se extendió hasta mis pechos. Una vez allí, no paraba de besarlos efusivamente. No cesaba su masaje en mis senos, como si buscara de mí la misma efusividad que me daba él. No podía responder ante sus actos; no dejaba de menearme de un lado para otro, manipulándome como si fuera una muñeca hinchable. Mi jefe comenzó a desabrochar su propia camisa, dejando al descubierto su torso y espalda, la cual me ofrecía un tacto con su espina dorsal que me otorgaba, al mismo tiempo, una electricidad transformada en pasión. Era esa la que comenzaba a entrar en mis adentros, como si mis principios, todos juntos, se pusieran de acuerdo para desaparecer. Así lo hice, poco a poco me dejé llevar. Cada uno de mis movimientos comenzaron a transformarse poco a poco en una lujuria irrefrenable. Cada beso que me daba, era una razón más por la que debía dejarme llevar y disfrutar de esa situación tan irreal.

Justo cuando comenzó a subirme la falda, la puerta de su despacho se abrió para recibir a esa rubia sacada de la mansión Playboy. No pareció sorprendida, de hecho, dejó unos papeles encima de la mesa y se fue del despacho como si no hubiera visto nada raro. Mientras tanto, Juan seguía igual, pero yo decidí resistirme todavía más y lo aparté de mí. Esta vez no tenía ganas de seguir con lo que estaba haciendo y quise hacer entrar en razón a sus necesidades sexuales.

-          ¡Espere, déjeme! — le dije con todo el énfasis que pude. — Quiero saber que está pasando.
-          Pues que me has puesto como una moto ¿acaso no es obvio? — Sus intenciones eran seguir manipulando mi ropa.
-          No me refiero a esto, sino a todo lo que está pasando. ¿Qué es este sitio? ¿Cómo os ganáis la vida? ¿Quién se supone que eres?
-          Está bien. — Mantuvo pulsado el botón que tenía en la mesa de los sillones. — Elisa, ven aquí. La nueva quiere empezar.
-          ¿Qué está pasando? — Le dije mientras me vestía y alisaba todas las arrugas que mi supuesto jefe había provocado.
-          No te preocupes, Elisa te explicará todo con detalle. — La puerta se abrió.
-          Dígame señor. — Dijo la portentosa rubia cuando entró en la habitación.
-          Lleva a la señorita…
-          Leden. — Respondí.
-          Eso. Lleva a la señorita Leden a su puesto de trabajo. Ya está preparada.
-          Sí, señor. — Dijo firme. — Sígueme, querida.

Y así lo hice; salí del despacho y, de nuevo, me volvía a encontrar en la misma situación del principio. Seguía por toda la instalación a Elisa y, todavía más confusa que al comienzo de todo este periplo, decidí preguntar.

-          Oye, ¿me vas a explicar en qué consiste, por lo menos, mi trabajo? — Seguía ajustando mi ropa.
-          Claro. Tu eres empleada del ala Nix de la empresa CAOS.
-          ¿Cómo? No entiendo nada. — Cada palabra que salía de su boca me confundía todavía más.
-          Mira, el edificio se divide en dos mitades. La parte derecha, se divide en dos alas, al igual que la izquierda. Los componentes del ala negra, es decir, la derecha, son Nix y Érebro. Y en la izquierda, que toma el color blanco como elemento caracterizador, se compone por Hemera y Éter.
-          Bien, pero por qué me dirijo a Nix y no a otra cualquiera.
-          Pues verás, cada ala se ocupa de una materia determinada y según hemos observado, creemos que eres la persona indicada para Nix.
-          ¿Por qué? Espera, ¿observado? ¿cuándo?
-          Ya lo entenderás con el tiempo.
-          Odio esa respuesta. Por cierto, cambiando un poco de tema… lo que has visto ahí dentro… yo no me hago mis puestos de trabajo así.
-          ¿Cómo? ¿De qué me estás…? ¡Ah! — Volvía a tener la misma cara de despreocupación de siempre. — No te preocupes, es una de las pruebas a las que somete Don Juan a las nuevas empleadas. Si te resistes lo suficiente, entiende que eres la adecuada para el trabajo.
-          ¿Adecuada? ¿Qué se supone que tengo qué hacer en mi trabajo?

-          Hemos llegado, aquí está tu nueva oficina: la habitación Nix. — Después de decirme eso, se fue con su monótono taconeo. 

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CREER

agosto 21, 2017 Orfeo 0 Opiniones


A veces me quedo parado frente al mar. Mi alma espera incansable tenerte a mi lado. Ambos extrañamos aquellos momentos en los que juntos éramos más fuertes. Nos creíamos los reyes del mundo y me dejaste solo.
Busco en otros lo que tú no me quisiste dar. Quiero creer que alguien mejor podrá ocupar tu lugar, pero sé que no será así. Creí que podíamos haber sido felices.

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Capítulo 1

agosto 18, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Los clásicos no son aburridos, sobre todo si vives para ellos. Si creíais que ser bibliotecaria era aburrido, os garantizo que no lo es. Me entretengo leyendo a Shakespeare, Edgar Allan Poe, Antonio Machado, Dickens e, incluso, Fernando Pessoa.
No penséis que soy una rata de biblioteca, trabajo en una, sí, pero también hago cosas como cualquier tipo de persona: me fijo en las personas que entran día a día y si alguno me resulta interesante, me coloco estratégicamente para poder oír sus temas de conversación o ver lo que leen. No penséis que soy cotilla, sino que mi alma necesita conocer y, no quiero engañar a nadie, leer todo el día, durante siete horas seguidas, puede llegar a ser un poco tedioso, así que observar es un pasatiempos que tenía.
Se pueden saber muchas cosas sobre una persona con tan sólo ver el libro que tiene en sus manos: qué estudia, a que se dedica y saber cómo son sus personalidades.
Mi historia comienza un día en el que un hombre, joven y alto, entra en la biblioteca con un par de libros en su mano y decidido a estudiar. Tenía la planta propia del Cid y los músculos de Tarzán. Yo era una de las personas que consideraban que alguien con músculos, perdían uno de los más importantes, el cerebro.
Se sentó en la segunda fila, cerca de un ordenador y, dispuesto a estudiar con los codos en la mesa, empezó a subrayar el libro que tenía. No sé el porqué, pero me resultaba interesante ver cómo estudiaba o, simplemente, observarlo. Cada rasgo de su cuerpo me fascinaba. Su pelo había robado la tonalidad del oro y sus ojos reflejaban el color del mar en un día lleno de sol. Sus brazos, capaces de levantar a un elefante, marcaban, con mucho detalle, el color de las venas que formaban tal obra maestra.
Fue él quien me inspiro para empezar a escribir y he de reconocer que siempre tuve muchas ganas de hacerlo. Muchas veces he tenido en mente hacer una historia inspirada en la época medieval, con dragones, faunos y tritones. Nunca supe el motivo por el que no encontraba motivación. Ya tenía toda la historia en mi cabeza, sólo faltaba plasmarla en los escritos, pero nunca me decidía a hacerlo.
Cuando llegó él, algo cambió en mí. De pronto, tenía la imperiosa necesidad de escribir, pero no lo que tenía pensado desde hace mucho tiempo, sino que algo nuevo. Quería ponerme a ello, sin preocuparme de mi trabajo, teniendo como inspiración a ese hombre que cumplía perfectamente el canon de belleza clásico.
Os explico: la trama se basaba en una historia llena de lujuria, pasión y deseo, en el que las fantasías no se quedaban retenidas en el olvido, sino que tenían como obligación hacerse realidad. La protagonista sería una joven dominatrix que tenía el menester de encontrarse con todos los hombres a sus pies.
Tras un par de semanas ya llevaba más de trescientas páginas escritas con la inspiración de aquel joven que volvía todas las semanas al mismo ordenador del último piso. Un día intenté acercarme a él para saber, por lo menos, su nombre, pero siempre me saltaba el temor al rechazo. En uno de los capítulos la protagonista se había enamorado de un joven de características similares a las del estudiante.
Dentro de mí notaba que era el momento de acercarme a él y saber más de su vida o el motivo por el que venía todos los días a la biblioteca. Mi alma curiosa buscaba respuestas, pero mi timidez quería seguir refugiándose en la escritura del libro. Con la frente empapada de sudor, decidí acercarme a él; tomé, como punto de partida, una estantería situada a su espalda. Me separaban unos dieciocho pasos de hallar la verdad. Ese día la temperatura de la biblioteca era mayor que cualquier día de verano, por lo que, cada vez que me acercaba a él, podía presenciar cómo le brillaba la espalda, pues recuerdo que ese día llevaba una camiseta de tirantes que dejaba ver a simple vista sus músculos empapados de sudor. No sé el motivo, pero cada vez que me acercaba me resultaba más atractivo y no paraba de sudar. Esa espalda, trabajada por un intenso esfuerzo en el gimnasio, provocaba en mí un fuerte deseo de ver su cuerpo tal y como lo habían traído al mundo. Hubiera pagado lo que fuera por ver, en ese momento, al joven imitando al Hombre de Vitruvio reflejado por Leonardo da Vinci. A tan sólo dos pasos de él, pude ver que su mano izquierda no estaba a la vista, mientras que la derecha estaba en el ratón del ordenador. Efectivamente, mi cabeza llegó a creer, por un momento, que estaba viendo una fantasía digna de plasmar en mi libro, pero no. La realidad era que el joven aprovechaba la hora que estaba en el ordenador de la biblioteca para descubrir su sexualidad.
Al verlo, me fui corriendo a la estantería de la que había partido mi aventura. Allí comencé a meditar sobre lo que había visto y me sentía tan acalorada que decidí calmar tal deseo sexual en mi novela.
Tirada en el suelo, entre estantería y estantería, con el portátil en mis piernas, me puse a escribir con la dedicación que empleó Cervantes en escribir su obra. Recuerdo que el capítulo fue uno de los más largos que había escrito en él. Justo en el momento más importante del mismo, cuando la dominatrix había pillado a uno de sus clientes masturbándose en la cama sin su autorización, apareció mi jefa. Tras haberme encontrado, tumbada en el suelo y con mi ordenador, movió cielo y tierra para saber qué me había entretenido durante tanto tiempo para no cuidar mi trabajo.
-          Déjame ver lo que tienes en ese ordenador. — Su intención era cogérmelo de las manos, pero me opuse. — ¿No quieres enseñármelo? Muy bien, tú decides: te vas a la calle o me enseñas lo que hay en esa pantalla.
A pesar de ser una vieja resentida, mi jefa tenía buen corazón y creía que, si se lo enseñaba, me entendería y además así no tenía que decir adiós al joven que tantas fantasías estaba generando en mi cabeza.
-          Mira Fernanda, sé que puede parecer un poco encelado, pero te juro que este proyecto es sólo eso, así que no quiero que pienses que estoy deseosa por probar hombre. — Tras mi intervención, me levanté y giré el ordenador para que leyera lo que estaba escribiendo.
-          ¿Esto… esto qué quiere decir? ¿Eres una escritora pornográfica?
-          Prefiero decir que escribo literatura erótica. Además, creo que esto… — Me interrumpió.
-          ¡Cuando buscaba empleadas puse expresamente en el anuncio que las quería castas, no quería para nada a ninguna pervertida trabajando en un lugar rodeado de cultura y conocimiento!
-          Pero yo…
-          Ya puedes borrar todo lo que has escrito ahí porque me ha llegado un solo párrafo para querer quitarme los ojos y lavármelos con lejía — le encantaban las metáforas.
-          No quiero Fernanda. Creo que todo lo que he escrito puede llegar a interesarle a cualquier persona que no haya…
-          ¡Cualquier persona que quiera tener un palo en medio de sus piernas! — Las lágrimas comenzaban a caer por mi mejilla. — ¡Vete por esa puerta y ni se te ocurra volver a cruzarla!
No dije ni una palabra más, cerré la pantalla del ordenador y me fui sin mirar al apuesto joven que continuaba con su mano en la sardina, ajeno a que ya no podría continuar escribiendo la historia, sin posibilidad a contemplar cómo su camiseta marcaba sus definidos abdominales.
Caminando por la calle, quise olvidarme de todo el tiempo que había perdido escribiendo esa tontería. Necesitaba encontrar un nuevo trabajo para mantener mi casa y mi coche que me traía por el camino de la amargura.
Una vez llegué a mi casa, cambié mi mentalidad y decidí imprimir los primeros capítulos que tenía escritos para llevárselos a algunas editoriales. Quería saber si lo que estaba escribiendo merecía la pena o tal vez Fernanda tenía razón. Tal vez toda esta ilusión me serviría para utilizar en la mesa coja de mi salón.
Acudí a distintas editoriales, ninguna me dejó pasar por la puerta, supongo que mi vestimenta no era la más apropiada. Tenía que cambiar la falda de tubo por otra un poco más corta o tal vez unos vaqueros, aunque, estos últimos, marcaban demasiado mi figura.
Decidí tirar los impresos por el puente que conectaba con una de las calles menos pobladas de la ciudad. Tenía la esperanza de que el viento y la lluvia ejercieran su función de deshacer ese desastre que había creado.
Pasaban las semanas y no encontraba ningún trabajo capaz de asimilar mi currículum; tenía la licenciatura del grado en Humanidades y eso, en los tiempos que corren, ya no se valora. Demasiada cualificación para esta ciudad carente de cultura. Aquí sólo se buscaba experiencia en la manicura y en cómo utilizar los libros para decorar las estanterías de la casa.
Justo cuando pensaba ir a la biblioteca a rogarle a Fernanda que me diera otra oportunidad, una carta cruzó el hueco que había en mi puerta. En ella aparecía un mensaje que me instaba a acudir a una dirección. Allí, textualmente, buscaban a una persona “como yo”. Nunca había oído nada de esa dirección, estaba en la otra punta de la ciudad y supongo que el sueldo se me iría en la gasolina y en la hipoteca, pero prefería eso antes que seguir mi plan: alimentarme de las humedades que ofrecían las esquinas de mi casa.

Mi cuerpo se quedó atónito y decidí acabar con las pocas reservas de helado de chocolate que me quedaba en mi congelador. Siempre me ayudaba a pensar.

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EN BUSCA DE LA VERDAD

agosto 15, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Llegados a este punto ¿qué debo esperar? ¿qué debo decir? No sé si cada paso que doy es el correcto, pero creo estar encontrando la respuesta. Es duro seguir si no paras de mirar atrás, pero estoy aprendiendo a no hacerlo. Estoy aprendiendo a ser feliz, por lo menos, eso es lo que creo.

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LA LUJURIA DEL OLIMPO

agosto 13, 2017 Orfeo 1 Opiniones

Dentro de muy poco podremos meternos en la vida de una nueva protagonista. Esta tendrá que soportar los distintos cambios que le ofrecerá la vida con la mejor cara posible, si no quiere perder su trabajo. Muy atentos a la próxima Historia Corta: La lujuria del Olimpo.

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CORAZÓN

agosto 12, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Cuídalo. Llevas en tus manos la llave que conseguirá abrir el corazón que pocos supieron abrir. El rompecabezas es muy sencillo, pero ninguno quiso ver la solución.  Tengo miedo de ver cómo este corazón se rompe contra el colchón. Quiero que la lleves siempre contigo, por si algún día me he perdido.

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DOBLE CARA

agosto 07, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Toda verdad se oculta bajo un manto de mentiras que, al principio, siempre muestra dificultad para sobrellevar. Me he olvidado de lo que era el engaño, el abandono y la doble cara. He procurado no olvidar lo último pues sé que todo lo que vive en el planeta, guarda en su espalda una lanza dispuesta a penetrar tu corazón. De tantos agujeros que hay en él, ya no me quedan lágrimas para cerrarlo.

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PASOS

agosto 02, 2017 Orfeo 0 Opiniones

Duele escuchar tus pasos desvaneciéndose.
Quiero volver a atrás.
Mi sueños están rotos como un balón de playa deshinchado, como un castillo derruido. Con mi alma conquistadora, pretendía gobernar en los dominios pero llegaste tú y, con tu enorme cuerda, me ataste de pies y manos.
Ojalá pudiera escucharte de nuevo.

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